domingo, 14 de agosto de 2016

Minucias de un taller de traducción

Queridos colegas:

A raíz de la entrevista con el traductor griego Kriton Iliópoulos, que publicamos el pasado 13 de julio dentro de la serie "Entre traductores te veas" (índice en este enlace) y en la que habla de un taller de traducción que estaba a punto de dar en Atenas, nos escribió el traductor argentino Pablo Ingberg para platicar que había estado por aquellos rumbos, había participado en el taller y además había escrito una reflexión al respecto para El Trujamán, revista diaria de traducción. También nos mandó una foto frente a la "Casa de la Literatura" de la isla de Paros, una de las casas de traductores de Grecia, que también menciona Kriton en la entrevista.


El cuento con el que trabajó Kriton en ese taller de traducción español-griego fue "Nota al pie" de Rodolfo Walsh, que en el Círculo conocemos gracias a la traductora e investigadora argentina Patricia Willson. Es una joya de cuento sobre la vida, obra y muerte de un traductor, pero también sobre traducción, escritura, autoría, fidelidad, condiciones laborales, reconocimiento profesional y tantas otras cosas. Les recomendamos mucho leerlo; lo pueden descargar en este enlace. Nos agrada mucho este cruce de personas y referencias, así que les compartimos el texto de Pablo, tomado de este enlace.

Traducir es leer con microscopio
Pablo Ingberg


Eso suelo decir, sin pretensiones de originalidad. Mientras traducimos, examinamos un tejido vivo célula por célula; al releer luego de corrido la traducción, vemos el tejido vivo con un espesor al que de otro modo muy probablemente no habríamos accedido en tal escala. Saltando de metáfora, vemos a la vez el bosque y cada uno de los árboles. En ese sentido, la traducción puede ser considerada una forma privilegiada de lectura.

Una experiencia reciente me llevó a confirmar de manera imprevista esa noción desde el otro lado del espejo. De paso turístico por Atenas, recibí una invitación del traductor griego Kriton Iliópoulos —a quien había conocido un año antes en la Casa de Traductores Looren de Suiza— a una clase suya de posgrado donde repasarían dudas surgidas a lo largo del trabajo de traducción, del castellano al griego, de un cuento del argentino Rodolfo Walsh, «Nota al pie». Un cuento que, por curioso azar, meses antes una alumna mía me había sugerido leer y tenía pendiente. Lo leí entonces con suma rapidez y sin escollos, según me pareció, y me presenté a responder consultas de estudiantes griegas sobre cuestiones lingüísticas argentinas que no me ofrecerían ninguna dificultad. Ay, el microscopio en este caso lo habían usado ellas.

Su primera consulta se refería a la palabra «menudo» en este párrafo de la especie de larga nota al pie en itálicas —consistente en una carta de un traductor suicida— que recorre las páginas del cuento:
Claro que había cambios más importantes. Mis manos por ejemplo perdieron su dureza, se hicieron más chicas, más limpias. Quiero decir que era más fácil lavarlas, no había que luchar contra ese resabio de ácidos y costras y huellas de herramientas. Siempre he sido menudo, pero me volví más fino, delicado.
Mi lectura veloz no me había hecho reparar en la complejidad de ese detalle. Pregunté si el diccionario incluía una acepción de «menudo» con el sentido de «minucioso». Sí: ‘Exacto, que examina y reconoce las cosas con gran cuidado y menudencia’. Me apresuré a concluir entonces que, aunque la acepción habitual de «menudo» en Argentina con referencia a una persona es «pequeño, chico o delgado», el sentido en ese contexto debía ser «minucioso», porque de lo contrario no habría contraste lógico con lo que sigue: «pero me volví más fino, delicado» (ahí debí aclarar el sentido de «fino», pero eso resultó más fácil). Mi lógica, de todas maneras, no ganó unanimidad de opiniones. Había quiénes insistían en que el contraste se daba mejor con el sentido de «pequeño». Pero, más que eso, lo que me hizo sentir debilidad en mis fundamentos fue la observación de que la palabra «menudo» —además de aparecer otras veces como parte de la expresión «a menudo»— aparecía antes en el cuento con referencia al mismo traductor suicida, en ese caso en la especie de cuerpo principal de la narración en tercera persona:
Y lo encuentra siempre encorvado, menudo, con ese aire de pájaro, picoteando palabras en largas carillas, maldiciendo correctores, refutando academias, inventando gramáticas.
Allí el sentido de «pequeño» parece cuadrar bien, aunque no es de descartar la resonancia de «minucioso». Me he referido en otro trujamán a la importancia que adjudico a mantener las repeticiones en tanto «respeto de la trama lingüística del texto» (Berman). Preferiría entonces repetir ambas veces una misma palabra en la traducción, y en lo posible una ambigüedad afín. Como mis conocimientos de griego moderno son menos que básicos, me informé por Kriton y sus estudiantes de que no había manera de reproducir en griego semejante ambigüedad.

En fin, el debate continuó sin solución unánime, y hubo luego otros casi igual de complicados de resolver. En cualquier caso, más allá de detalles puntuales como los aquí esbozados, mi gran aprendizaje fue verme reflejado como en un espejo: las traductoras con el microscopio habían visto un espesor mayor que el de mi lectura común de hablante nativo.


Tomado de: http://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/julio_16/01072016.htm


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