miércoles, 11 de enero de 2017

Reseña: Las nubes eran grandes y blancas, y se extendían allá arriba

Queridos colegas,

Hoy compartimos con ustedes la reseña que Lorel Manzano* hizo del libro Las nubes eran grandes y blancas, y se extendían allá arriba del escritor suizo Matthias Zschokke. 
Este es uno de los 12 libros que la Fundación ProHelevtia recomendó para traducción en 2016. Como recordarán, en noviembre se llevó a cabo un evento para presentar estos libros, y este es el texto que Lorel leyó en aquella ocasión. A decir por la reseña, ¡el libro se antoja muchísimo!, así que, editores, no olviden que la Fundación apoya la traducción y edición de estos, y estos -y otros- libros suizos.



Las nubes eran grandes y blancas, y se extendían allá arriba
Por: Lorel Manzano
Érase una vez un hombre llamado Roman que vivía en Berlín. Entonces, cuando la tierra aún estaba húmeda, había grandes esperanzas por alcanzar el éxito y ser feliz. “Su anciana madre vivía al sudoeste, a cien kilómetros de distancia, y le llamaba por teléfono varias veces a la semana, los fines de semana casi siempre, para preguntarle cuándo iría por fin a verla para terminar con ella. La mujer ya no quería vivir. Él siempre reía, soltaba un resoplido corto, audible, y le decía que no era tan fácil como ella imaginaba.”
Roman, nombre que en alemán significa novela, tiene una pistola oxidada, almohadas potencialmente asesinas y un maravilloso balcón suicida. Lejos de los objetos fúnebres que lo rodean, y de pronto saltan encima de él, sus días transcurren en medio de una sólida rutina al lado de su amada. El narrador echa luz sobre los pormenores de la vida cotidiana de su héroe, o ¿estaremos acaso frente a un antihéroe que debe asesinar a su madre por compasión? ¿Frente a una voz narrativa que interpreta el papel del biógrafo y lleva a escena las pasiones del propio autor, como el cine, el teatro? Hace tiempo, Dostoievski se declaró biógrafo de su personaje Alexei Karamasov y, como tal, no desestimó apuntar aquí y allá las observaciones de quien se asume con la plena libertad de correr en dos caballos a la vez: el del biógrafo y el del novelista.

Bueno. La gran libertad tiene sus límites: el narrador de nuestra novela acompaña al baño a su héroe, describe cómo hace de sus manos una jicarita para echarse agua en el rostro, cómo bebe agua a mitad de una madrugada insomne y cómo se acomoda en el excusado. Alto. Punto y aparte. La intimidad no es tanta como para seguir hasta el final una secuencia que a todos resulta familiar. El narrador aguarda al otro lado de la puerta, después acompaña al personaje de nuevo a la cama para sumergirse en sus oscuras meditaciones. En los recuerdos de nuestro héroe, quien hizo cine en su juventud, ¡justo como el autor!, quien tanto ama el teatro, ¡como Matthias Zschokke!

Zschokke es un autor especialista en la vida cotidiana, nacido en Berna, hijo de padre escritor, rebelde de la década de los ochenta que se paró frente al mundo literario con su novela Max y obtuvo el Premio Robert Walser. Aún no había cumplido treinta años cuando empezó a ocupar un espacio en el mundo del cine y del teatro en Berlín. Más tarde, sus novelas Maurice con perro y El hombre con dos ojos recibieron respectivamente el Premio de la Fundación Suiza Schiller y el Premio Literario Suizo; también su obra de teatro Los Alfabetos y su película El hombre salvaje, sólo por nombrar algunas, han sido reconocidas con distintos premios.

¿Y el arma de Roman? Aguarda. Quizá indecisa: además de su madre, un amigo también ha perdido las ganas de vivir y le pide ayuda para matarse. ¿Es acaso un club de suicidas que desea hacer de nuestro antihéroe un asesino? ¿Se podrían sumar una zarigüeya bizca, un neurólogo, el vecino exmilitar de la madre? ¿En ese favor atípico del suicidio-asesinato se refleja el propio cansancio de vivir? La vejez implica la caída del cuerpo, arranca las ganas de vivir. Bueno, no es así para todos. El narrador-biógrafo, lejos de perder su entusiasmo, hace descripciones llenas de humor negro, muestra al personaje debatirse entre el cansancio y el estado de alerta, pone frente al lector las ilusiones perdidas, en contraste con los pequeños instantes de felicidad.
Contra la enfermedad y la desesperación, Roman escribe mails, postales, cartas. A través de ellos establece un código ensayístico, meditaciones sobre las fronteras de los géneros literarios y las posibilidades de la ficción: en primera o en tercera persona, escenas hipotéticas, narrador decimonónico, comienzos de cuentos de hadas, el guion de un largometraje, convertido después en una obra de teatro que sólo existe a través del relato, es decir, de la narrativa. Entonces nos acercamos a un ensayo sobre la narrativa de largo aliento, sobre el teatro y la multiplicidad del yo. Recursos literarios puestos al servicio de la muerte, del suicidio. Roman, quien por momentos le da cierto aire a uno de los personajes de Bergman, aparece sin más pasado y pasión que los evidentes. Sin embargo, conforme avanza la historia, se va descubriendo en una suerte de patetismo que mueve a la sonrisa y hasta la carcajada en una serie de historias dignas de relatar. Su distancia con el mundo guarda su desconfianza con el bienestar. Allá atrás se mueve entre sombras el pasado nazi. Roman ha revisado los archivos históricos, se dice que los nazis enviaron tropas a los países vecinos para embarazar mujeres. ¿Embarazar significa violarlas? ¿Qué deseaban sembrar? Las preguntas se quedan en el aire, también el pasado histórico de Europa, el triste bienestar, el patetismo de la cotidianidad. Los diálogos y monólogos de la puesta en escena que ha planeado el héroe novelesco coronan el sinsentido de los personajes.
Hace mucho, mucho tiempo, vivía en Berlín un hombre llamado Roman. Su padre le había heredado una pistola oxidada que había encontrado un verano en el mar de Cerdeña. El padre, como tenía muy poco mundo, se maravilló con la aventura del descubrimiento. Le gustaba contar la historia, incluso escribió cuentos sobre ella, le inventó un pasado en manos de una asesina. Le encantaban las armas y amaba poner a sus hijos a limpiarla los sábados. Roman, sus dos hermanos y su hermana, ayudaban con cepillos de dientes y escobillas a conservar el arma y el cariño del padre. ¿Habrá marcado la historia del arma a nuestro héroe? ¿Tanto como para andar con la mirada clavada al piso en busca de objetos perdidos? Roman se había acostumbrado a mirar siempre al piso, alguna vez encontró dinero, una navaja de bolsillo, un pisacorbatas, en cambio, nunca había reflexionado gran cosa sobre las nubes, que eran grandes y blancas y se extendían allá arriba.
*Lorel Manzano estudió Literatura Alemana en la UNAM. Ha publicado ensayos, reseñas y traducciones para distintas revistas literarias y suplementos culturales. Escribe sobre autores de lengua alemana para los suplementos “La Jornada Semanal”, del periódico La jornada, y “Laberinto”, del periódico Milenio. A su vez, ha colaborado en distintas antologías, entre ellas, El ocaso del Porfiriato. Antología histórica de la poesía en México 1901-1910 (FCE y FLM, 2010), y Lados B, narrativa de alto riesgo (Nitro/Press, 2016). Tradujo La niña (AUIEO, 2011), de la autora austriaca Christine Lavant, y la novela Ni una palabra (SM, 2016), de Andreas Jungwirth. Recibió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2014 por su libro Los quebrantahuesos (Pollo Blanco, 2015).

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