Compartimos a continuación las palabras que nuestro compañero César Ambriz* leyó en la clausura de la generación 2015 del Diplomado en Traducción de Textos Especializados (DTTE) que ofrece el Departamento de Traducción e Interpretación (DTI) de la UNAM, cuya convocatoria está abierta en este momento y cierra el 30 de septiembre.
Aquí el enlace a la convocatoria
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Diplomado en Traducción de Textos Especializados: un testimonio
Por: César Ambriz
Emocionado, dispuesto y confiado, decidí entrar al Diplomado en Traducción de Textos Especializados que ofrecía el CELE. Confiado, digo, porque había cursado ya algunos años de español en la licenciatura y porque, según yo, dominaba el inglés. Estaba ansioso por empezar a traducir. Pero de repente me percate, a la segunda semana, de que estábamos en medio de un acalorado debate para dilucidar si las ballenas tenían lenguaje o no. Y después de las primeras semanas aprendí también una dura lección: que saber una segunda lengua no te hace traductor.
Las primeras semanas fueron un poco confusas, veíamos mucha gramática, lingüística y no traducía tanto como había pensado y además no lo hacía tan bien como yo sentía que podía hacerlo. Sin embargo, a pesar de que mi confianza se nublaba, me di cuenta de que debía recorrer el diplomado como se sube por una escalera de caracol: aunque parezca que damos vueltas en círculo, nos acercamos a nuestro objetivo: aprender a zurcir una lengua en otra.
Fue muy sano darme cuenta de que
aprender a empalmar y separar ambas lenguas, a trabajar con ellas y entender
cómo opera cada uno de sus planos cuando se lleva un contenido de una lengua a
otra. Empezaba mi paranoia por preguntarme qué era ese contenido y empezaba a
desconfiar de mi propia lengua. Parece que ese es el pase de entrada al mundo
de la traducción. Empezar a dudar de los pasos naturales con los que camina la
lengua, de su deslizarse con seguridad sobre las cosas que nombra y hasta de
las preposiciones que atornillan esas cosas en un discurso. Empecé a dudar de
si en realidad sabía inglés e incluso, de si en realidad sabía español. Afortunadamente, me di cuenta de
que también mis compañeros sentían la misma paranoia, y mientras los profesores
traban de inculcarnos la paciencia necesaria para ejercer este oficio. Es una
labor ardua pero bien ejecutada la que realizan los profesores de este
diplomado: no nos enseñan la solución al problema, nos enseñan cómo resolverlo
y dónde buscar las posibles soluciones. Y sin embargo, creo que todos podemos
decir que aquí sí aprendimos a traducir. Estoy seguro de que ese es el objetivo
que han tenido los profesores que imparten clases en el diplomado y debo
decirles: han logrado que subamos esa escalera de caracol.
Por supuesto, el camino fue muy
disfrutable porque conocí a muchos amigos que, afortunadamente, eran tipos
raros que podían pasar horas buscando una preposición que atornillara bien las
palabras como si se les fuera la vida en ello. Y una lección valiosa que
aprendí con ellos y con todos los profesores fue la de la humildad. Esa
humildad de saberse detrás de un texto que no es suyo, a pesar de que uno lo
talle con su propia lengua hasta que le quede áspera. Aprendí también a
renunciar a la perfección y a adoptar el sano ejercicio de mis habilidades
hasta donde sea posible y reconociendo mis límites. Creo que es natural y
deseable que todo traductor aspire a la perfección, pero siempre sabiendo que
es imposible, y haciendo las pases con eso.
Y claro, aprendí muchísimo sobre
gramática y lingüística. Pero, por fortuna, los maestros no nos inculcaron ese
conocimiento con el fin de limpiar, fijar y dar esplendor, sino para percibir
que esa piel de las palabras que llamamos estilo no es meramente decorativo y
que las palabras no son inocentes. Ese conocimiento que, por ejemplo,
Octavio Paz resume en unos versos que arrojan mucha luz:
la forma que se ajusta al movimiento
no es prisión, sino piel del pensamiento.
la forma que se ajusta al movimiento
no es prisión, sino piel del pensamiento.
Me he esforzado en encontrar una
imagen desde la que pueda pensar la traducción de la forma en la que la aprendí
en este diplomado. Y creo haber encontrado una: el traductor es como un
explorador que trae frutos de otras tierras y que busca cultivarlos en su
propio suelo. ¿Cómo lograr que las naranjas redondas del español crezcan en la
lengua italiana que es más fértil para los olivos?
Porque traducir es parte de la
cultura, del cultivo. En ese sentido que le da Gabriel Zaid: la cultura es una
conversación. Decía que saber una segunda lengua no te hace traductor. Tampoco
una credencial o un diploma son suficientes. Hay que entender que el traductor
es uno de quienes abre la puerta para que entren más voces a esa conversación,
para que no se cierre sobre sí misma ni se convierta en nada más que estatuas.
Y a veces implica luchar en guerras en que, aunque parezcan perdidas, hay que
plantar cara. Esa lucha que busca defender la visibilidad de nuestro oficio y
los derechos inherentes a todo trabajo.
Podría seguir hablando, hay
muchos temas de nuestra labor que es importante mencionar, pero, si creo haber
aprendido algo bien durante el diplomado, es saber hasta dónde dejar de
intervenir. Así que sólo me queda decirles que el día de mañana salgan ahí, a
defender el pan y la alegría, para que sepan que esa boca es suya.
*César E. Ambriz Aguilar cursó la carrera en Lengua y Literaturas Hispánicas así como el Diplomado en Traducción de Textos Especializados, ambos en la UNAM. Sus lenguas de trabajo son inglés y español y trabaja traduciendo para el sector financiero y empresarial. También está interesado en la comprensión de lectura, la docencia, la edición y el periodismo cultural. Ha dado talleres de gestión de proyectos de traducción y ha publicado textos de crítica literaria en revistas en España y México. En el Círculo se encarga de administrar la página de Facebook y colabora esporádicamente con el blog. Tiene proyectos a mediano plazo de iniciar una editorial que publique principalmente obras literarias del inglés, así como un blog dedicado a traducir y comentar traducciones.
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