A raíz de la entrevista con el traductor griego Kriton Iliópoulos, que publicamos el pasado 13 de julio dentro de la serie "Entre traductores te veas" (índice en este enlace) y en la que habla de un taller de traducción que estaba a punto de dar en Atenas, nos escribió el traductor argentino Pablo Ingberg para platicar que había estado por aquellos rumbos, había participado en el taller y además había escrito una reflexión al respecto para El Trujamán, revista diaria de traducción. También nos mandó una foto frente a la "Casa de la Literatura" de la isla de Paros, una de las casas de traductores de Grecia, que también menciona Kriton en la entrevista.
El cuento con el que trabajó Kriton en ese taller de traducción español-griego fue "Nota al pie" de Rodolfo Walsh, que en el Círculo conocemos gracias a la traductora e investigadora argentina Patricia Willson. Es una joya de cuento sobre la vida, obra y muerte de un traductor, pero también sobre traducción, escritura, autoría, fidelidad, condiciones laborales, reconocimiento profesional y tantas otras cosas. Les recomendamos mucho leerlo; lo pueden descargar en este enlace. Nos agrada mucho este cruce de personas y referencias, así que les compartimos el texto de Pablo, tomado de este enlace.
Traducir es leer con microscopio
Pablo Ingberg
Eso suelo decir, sin pretensiones de originalidad. Mientras
traducimos, examinamos un tejido vivo célula por célula; al releer
luego de corrido la traducción, vemos el tejido vivo con un espesor al
que de otro modo muy probablemente no habríamos accedido en tal escala.
Saltando de metáfora, vemos a la vez el bosque y cada uno de los
árboles. En ese sentido, la traducción puede ser considerada una forma
privilegiada de lectura.
Una experiencia reciente me llevó a confirmar de manera imprevista
esa noción desde el otro lado del espejo. De paso turístico por Atenas,
recibí una invitación del traductor griego Kriton Iliópoulos —a quien
había conocido un año antes en la Casa de Traductores Looren de Suiza— a
una clase suya de posgrado donde repasarían dudas surgidas a lo largo
del trabajo de traducción, del castellano al griego, de un cuento del
argentino Rodolfo Walsh, «Nota al pie». Un cuento que, por curioso azar,
meses antes una alumna mía me había sugerido leer y tenía pendiente.
Lo leí entonces con suma rapidez y sin escollos, según me pareció, y me
presenté a responder consultas de estudiantes griegas sobre cuestiones
lingüísticas argentinas que no me ofrecerían ninguna dificultad. Ay,
el microscopio en este caso lo habían usado ellas.
Su primera consulta se refería a la palabra «menudo» en este párrafo
de la especie de larga nota al pie en itálicas —consistente en una
carta de un traductor suicida— que recorre las páginas del cuento:
Claro que había cambios más importantes. Mis manos por ejemplo perdieron su dureza, se hicieron más chicas, más limpias. Quiero decir que era más fácil lavarlas, no había que luchar contra ese resabio de ácidos y costras y huellas de herramientas. Siempre he sido menudo, pero me volví más fino, delicado.
Mi lectura veloz no me había hecho reparar en la complejidad de ese
detalle. Pregunté si el diccionario incluía una acepción de «menudo»
con el sentido de «minucioso». Sí: ‘Exacto, que examina y reconoce las
cosas con gran cuidado y menudencia’. Me apresuré a concluir entonces
que, aunque la acepción habitual de «menudo» en Argentina con
referencia a una persona es «pequeño, chico o delgado», el sentido en
ese contexto debía ser «minucioso», porque de lo contrario no habría
contraste lógico con lo que sigue: «pero me volví más fino, delicado»
(ahí debí aclarar el sentido de «fino», pero eso resultó más fácil). Mi
lógica, de todas maneras, no ganó unanimidad de opiniones. Había
quiénes insistían en que el contraste se daba mejor con el sentido de
«pequeño». Pero, más que eso, lo que me hizo sentir debilidad en mis
fundamentos fue la observación de que la palabra «menudo» —además de
aparecer otras veces como parte de la expresión «a menudo»— aparecía
antes en el cuento con referencia al mismo traductor suicida, en ese
caso en la especie de cuerpo principal de la narración en tercera
persona:
Y lo encuentra siempre encorvado, menudo, con ese aire de pájaro, picoteando palabras en largas carillas, maldiciendo correctores, refutando academias, inventando gramáticas.
Allí el sentido de «pequeño» parece cuadrar bien, aunque no es de descartar la resonancia de «minucioso». Me he referido en otro trujamán
a la importancia que adjudico a mantener las repeticiones en tanto
«respeto de la trama lingüística del texto» (Berman). Preferiría
entonces repetir ambas veces una misma palabra en la traducción, y en
lo posible una ambigüedad afín. Como mis conocimientos de griego
moderno son menos que básicos, me informé por Kriton y sus estudiantes
de que no había manera de reproducir en griego semejante ambigüedad.
En fin, el debate continuó sin solución unánime, y hubo luego otros
casi igual de complicados de resolver. En cualquier caso, más allá de
detalles puntuales como los aquí esbozados, mi gran aprendizaje fue
verme reflejado como en un espejo: las traductoras con el microscopio
habían visto un espesor mayor que el de mi lectura común de hablante
nativo.
Tomado de: http://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/julio_16/01072016.htm
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