Publicado el 11 de febrero de 2014 en el blog En la luna de Babel de .
«Lo
vemos cada día y lo de esta familia de empresarios no es ninguna
excepción. Durante un tiempo nadaron en la ambulancia, pero ahora se han
declarado disolventes y no tienen donde caerse muertos. Y el pobre
abuelo, el fundador de la empresa, que tiene más años que Jerusalén y se
dejó la piel en el pellejo para montar el chiringuito, se ve sin un
duro. Normal que los trabajadores estén hechos unos obeliscos y los
pongan a parir de un burro, con todas las nóminas que les deben».
¿Hay algo que os chirríe? Normal, el texto esta plagado de malapropismos.
En realidad, nadamos en la abundancia, nos declaramos insolventes,
tenemos más años que Matusalén, nos dejamos la piel (o nos ponemos en el
pellejo de otra persona), estamos hechos unos basiliscos y ponemos a
parir (o a caer de un burro) a los demás.
Algunos ejemplos en la portada del libro «Inculteces», de Toni Garrido y Xosé Castro
Espera un momento. ¿Mala… qué? ¡Eso tú!
Llamamos «malapropismo»
(término recogido en diccionarios especializados en materias
lingüísticas, pero no en los generales) a la deformación o el empleo
equivocado de una palabra por su similitud semántica y fonética con
otra. Normalmente se dan en las personas generalmente poco instruidas,
aunque no siempre, y muchas veces es un fenómeno buscado para hacer
gracia. Dependiendo de un caso u otro, estos errores pueden deberse a:
- la ultracorrección («ostentóreo» en vez de «ostentoso» o «estentóreo»; «bacalado» en lugar de «bacalao»);
- la
etimología popular, muchas veces errores muy arraigados («balandronada»
por «baladronada», «antena paranoica» por «antena parabólica» o
«rintintín» en lugar de «retintín»;
- una alolalia (afasia consistente en pronunciar una palabra por otra), si es un hecho recurrente;
- otras
causas: desconocimiento, prisas, etc. («estar entre la espalda y la
pared», «rascarse las vestiduras»). ¡Soy muy fan de estas combinaciones
en particular!
Lo
único que tienen en común es que en todos los casos provocan efectos
cómicos, ya sea a propósito o sin querer. En este último caso es cuando
más gracia hacen, claro.
El término proviene de la señora Malaprop, un personaje de la comedia The Rivals escrita
por el inglés Richard Brinsley Sheridan. El autor sacó el nombre del
francés «Mal à propos» (hablar mal a propósito). La mujer retiene vagos
recuerdos de palabras oídas a personas de clase elevada y por aparentar
distinción las reutiliza, confundiéndolas con otras en base a su
similitud. Este personaje
adquirió tanta notoriedad que dio origen a la voz malapropism.
Claro
está, este lapsus léxico ya existía con anterioridad y el lexicólogo
Bolinger lo define de esta manera: «Crudely stated, this has to do with a
sign whose meaning is known but whose verbal form has been forgotten».
Así pues, el análisis de este fenómeno (especialmente en obras
literarias) se basará en el reconocimiento de una ausencia léxica y del
mecanismo de asociación mental por el cual se ha producido una
sustitución errónea por parte del emisor con el objetivo de dar
continuidad a su discurso.
Qué dramatismo, por favor. ¿Y no será «se emborrona»?
Sin embargo, a pesar del hombrecito y la descripción pomposa, los malapropismos están a la orden del día y aparecen en el momento más insospechado. Seguramente
el mejor ejemplo de esto (y el que conoceréis) es la metedura de pata
de Sofía Mazagatos cuando dijo: «Me gustan los toreros que están en el
candelabro», o bien la de Carmen Sevilla al reconocer: «Soy mayor, pero no tanto como para ser del Parque Jurídico» e incluso cuando Norma Duval exclamó: «Estoy que no salgo de mi apoteosis».
Sin embargo no hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos de malapropismos. De
hecho, una persona de mi entorno más cercano (cuyo nombre me reservo
para respetar su intimidad) hace un tiempo me dijo que estuvo en Bilbao,
que visitó el «Julengueim»
y que «entre pito y Valdemoro» se dejó una fortuna en las vacaciones.
No es viuda, pero ha «sustraído» matrimonio dos veces. Y aunque a su
edad se conserva bien, quiere hacer ejercicios «abominables» para
fortalecer los «muslos» del estómago.
Claro que el efecto gracioso puede no serlo tanto cuando se usa un término peliagudo,
como el niño que entró a clase tarde y al preguntarle la profesora de
dónde venía, soltó: «Nada, que he ido con mi hermano al pederasta» (en
vez de al pediatra). O la hermana de un amigo que, a los diez años,
entró al comedor con un mechero en la mano y anunció: «Mira, mamá, soy
ninfómana» (pirómana, claro).
Tampoco hay que pasarse con las condenas
Calvo de cultivo
En general los términos médicos, técnicos y científicos son una mina para los malapropistas, básicamente porque suelen ser más extraños o más difíciles de pronunciar.
¿Quién no ha oído alguna vez estas palabrejas?
- Cólico frenético
- Gomitó la comida, porque se mareó en el avión (típico en niños pequeños)
- Padecer diabetes les obliga a inyectarse ursulina (las monjas deben de obrar milagros)
- Tiene un eslince de tobillo
- Le hicieron una retumbancia magnífica (si te mueves mucho ahí dentro...)
- La aspirina fluorescente va bien contra el dolor de cabeza (y es más fácil de encontrar por la noche)
- Me recetó Paracetamol en cláusulas
- Se toma Denubil en pollas (corramos un tupido velo)
- Consume asteroides en el gimnasio para estar más cachas
- Me dieron un jarabe expectante (normal, tienes grandes expectativas al tomarlo)
- Me he quedado sin agua exagerada (si la quieres en cantidades industriales, seguro)
Hace unos años se publicó Anécdotas de farmacéuticos (Styria) en el que se recogían varios ejemplos de confusiones al pedir productos varios: en lugar de profilácticos, filatélicos, o mejor aún, profiteroles; pedir piedra Gómez y no piedra pómez o confundir locutorio y colutorio, delirio y colirio, pasta centrífuga y pasta dentífrica, o suero psicológico y suero fisiológico. Hay para todos los gustos.
Al
fin y al cabo es normal que con tanta jerga uno se pierda, como sucede
en la famosa historia del hombre que fue a la consulta de su médico de
cabecera por un problema de fertilidad.
Hernia fiscal es lo que tenemos los autónomos cada cierto tiempo
Mezclando «churros con meninas»
Decía
al principio que me encantan las mezclas de dichos y refranes, así que
veremos algunos de los que se suelen oír más, aunque la inventiva de la
gente no tiene límites. Parece que nos gusta esto de fabricar
expresiones nuevas.
Julio Somoano recoge los siguientes en su libro Deslenguados:
- González ha puesto el toro sobre la mesa (híbrido entre «poner el asunto sobre la mesa» y «coger el toro por los cuernos»)
- Por aquel entonces me lo creía todo a pies puntillas («creerse todo a pies juntillas» e «ir de puntillas»)
- Con los políticos todo se queda en agua de borrascas («borrasca» y «en agua de borrajas»)
- ¡Desde luego! Que te haga pasar esto a ti, que te dejas la piel en el pellejo («dejarse la piel en algo» y «dejarse el pellejo»)
- Es que lo veo y se me ponen los pelos de gallina («poner la piel de gallina» y «poner los pelos de punta»)
Algunas de estas combinaciones pueden parecer demasiado rebuscadas, pero seguro que estas las hemos oído más a menudo:
- A ella le gusta el té. Yo, sin en cambio, prefiero café (mezcla de «sin embargo» y «en cambio»)
- No sé en qué anda metido, ni falta que me importa
(combinación de «ni me importa» y «ni falta que me hace»)
Spoonerismos
De un modo similar existen los llamados spoonerismos, errores
lingüísticos basados en un cambio accidental o intencionado de sonidos
parecidos, de una permutación de letras o sílabas (no palabras enteras),
que da como resultado un texto cómico. Muchas veces la frontera entre el spoonerismo y el malapropismo es algo borrosa.
El
término se acuñó en honor a William Archibald Spooner, un clérigo
anglicano, que al parecer hacía cruces inintencionados de palabras que
resultaban la mar de cómicos. Su metedura de pata más célebre ocurrió
cuando debía presentar a la reina victoria como «nuestra querida reina
madre» (our dear old queen) y al final habló de «nuestro extravagante y viejo decano» (our queer old dean).
En
inglés, lengua en la que este juego lingüístico es muy apreciado, es
fácil encontrar multitud de ejemplos de spoonerismo. Uno muy conocido es
este de Groucho Marx: Time wounds all heels (el tiempo envuelve todos los talones) en vez de Time heals all wounds (el tiempo cura todas las heridas).
Algunos ejemplos en castellano:
- Salir el culo por la tirata (el tiro por la culata)
- Que no panda el cúnico (que no cunda el pánico)
- Corramos un estúpido velo (tupido velo)
- Blancanita y los siete enanieves.
- Que la traba se me lengua (que la lengua se me traba)
- No todo el monte es orgasmo (contrarrefrán de «No todo el monte es orégano»)
- Son japonudos estos cojoneses (son cojonudos estos japoneses)
Estrategias de traducción
Tanto
los malapropismos como los spoonerismos están tan ligados a la
fonética, tan arraigados a la palabra, que la estrategia que debemos
seguir cuando nos enfrentamos a un original así es la de recrear. De
nada sirve la literalidad en frases como:
- He is the very pineapple of politeness (the pinnacle)
- Having one wife is called monotony (monogamy)
- My sister has extra-century perception (extrasensory)
- He had to use a fire distinguisher (extinguisher)
En este caso habrá que analizar el contexto, la intención y el énfasis
para decantarnos por una expresión u otra. Lo más seguro es que no haya
nada parecido en nuestro idioma y tengamos que reescribir la frase con
algo creíble.
John D. Sanderson, en su artículo Hacia una tipología del malapropismo shakespeareano y sus estrategias de traducción, explica que el proceso traductor habría de empezar por la adecuada identificación del lapsus léxico original antes de emprender la búsqueda de un equivalente en el nuevo contexto. El traductor debe apreciar las características fonéticas de los sonidos empleados por el autor; no se trata sólo de palabras con contenido semántico, sino que a menudo la forma fónica de las mismas resulta significativa.
Una vez localizados todos los malapropismos del texto origen y determinada su casuística, la adopción de una determinada estrategia traductora
dará como resultado una mayor o menor caracterización del personaje
dependiendo de la recurrencia de este tipo de lapsus en el texto meta.
Siguiendo
con el tema de este lapsus en literatura, Offord realizó un estudio
sobre la traducción del malapropismo shakespeareano al francés con la
que obtuvo una catalogación de seis estrategias traductoras que, aunque
van en la línea de lo de siempre, pueden ser útiles:
- no tener en cuenta el juego de palabras;
- priorizar el significado superficial;
- priorizar el significado subyacente;
- incluir los dos significados (sin producir un juego de palabras);
- crear un juego de palabras distinto.
Por supuesto, y como siempre, todo dependerá del contexto.
¿Ortografiado equivale a autografiado con el orto?
En definitiva, usadlos si quereis, ¡pero que no valga la rebuznancia!
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Para saber más: