En esta ocasión, tomando en consideración la presentación del libro de Nestor Braunstein, que se llevo a cabo el día de ayer, atraído por el título de éste: "Traducir el psicoanálisis; interpretación, traducción y transferencia", puse manos a la obra y logré encontrar el prólogo que lo compone. Sé que mencioné en una de las entradas anteriores que colocaría, siempre y cuando se tratará de un artículo o del cartel para una ponencia, información personal en lo que se refiere al autor (autores) o ponente (ponentes). Sin embargo, dado que el CV del Doctor Braunstein es muy extenso, he tomado la decisión de colocar aquí mismo, al termino de esta breve introducción, el enlace directo a su página oficial, para que puedan echar, con más calma, un vistazo por el vasto transitar de este psicoanalista Argentino.
Aquí el enlace: http://nestorbraunstein.com/escritos/index.php?blog=4&p=230&more=1&c=1&tb=1&pb=1#more230
Saludos cordiales,
Jorge Pérez Arteaga.
PRÓLOGO: CONDENSACIÓN Y DESPLAZAMIENTO
Sería fácil decir que este libro es una recopilación de artículos. Fácil y erróneo. Hay seis textos, claramente diferenciados, es verdad. El espacio que ocupan está bien delimitado por el número de las páginas que, obviamente, no se repiten y por los saltos en la secuencia de los capítulos. No obstante, así como es clara la delimitación de los textos, hay que tener en cuenta que todos ellos crecieron y fueron modificando sus rasgos a lo largo de una gestación de años, conectándose, dejando testimonio de sus distintos estadios de elaboración en publicaciones sucesivas y en traducciones donde los enunciados nunca se repetían. Con el tiempo se fueron expandiendo, corrigiendo, aceptando la influencia del diálogo con los colegas y alumnos, actualizando con nuevas referencias. Son, hay que decirlo así, sextillizos interactivos.
La primera inducción tuvo lugar en 2001, en un coloquio sobre “ateología” y, a su vez, el título que recibió esa contribución era una frase que venía corroyendo mi espíritu y desafiando mi ingenio desde que la publiqué en 1993: “Existe el sentido, pero no el Sentido del sentido en que el sentido nos hace creer”. ¿Qué es el “sentido” para un psicoanalista y que relación tiene su actividad con la del hermeneuta? ¿En qué y cómo es que “la interpretación de los sueños” se distingue de una donación de sentido a lo que aparentemente es inconexo, nonsensical o parece estar escrito en una lengua extranjera? Dar sentido, dar otro sentido cambiando el primero, reconocer la multiplicidad de los sentidos de cada afirmación, de cada palabra escuchada y de cada letra leída, es equivalente a “interpretar”. Interpretar, incluso, eso que parece lo más ajeno al sentido: el sueño. El psicoanalista es un intérprete, es decir, un “traductor”. Traducir, interpretar y dar sentido son actividades emparentadas aunque no son sinónimos, aunque nombran diferentes “actos de palabra” (speech acts).
No en balde, antes aun de 2001, para conmemorar el centenario de laTraumdeutung, piedra fundamental del edificio psicoanalítico, habíamos publicado en un artículo periodístico un texto intitulado “La traducción de los sueños”. No en balde ese artículo encabezó la recopilación que llevó como título “Por el camino de Freud” (México: Siglo 21, 2001, pp. 11-17). Señalábamos allí que Deutung, interpretación, es una derivación dedeutsche, término en alemán a su propia lengua. Deuten, interpretar, es poner en lengua vernácula lo que está escrito en lenguas ya muertas como el latín. Interpretar es, pues, “traducir”.
¿Y cómo internarse en el psicoanálisis, práctica de interpretación, sino leyendo sus palabras con los significantes originarios, es decir, los usados por Freud en sus escritos? Uno de los varios caminos que deben transitarse para ponerse en el camino de “devenir psicoanalista” (eso que uno nunca llega a “ser”), es el de aventurarse en los inciertos senderos de ese dialecto especial que Freud debió configurar para hacerse entender por sí mismo y por los demás. Nadie duda de que el psicoanálisis tuvo que crear su propio vocabulario para llegar a existir y necesitó hacerlo redefiniendo palabras ya usadas, desgastadas, por el uso corriente. Así surgieron “nuevas” palabras que eran, en realidad, antiguas: inconsciente, yo, ello, preconsciente, pulsión, represión, perversión, histeria, libido, representación, etc. Redefinidas, las palabras tenían que definir sus relaciones recíprocas pues, como sucede en cualquier lengua y en cualquier dialecto, ninguna palabra significa nada si no es en relación con las demás del mismo idioma y según el contexto de la frase en que se las utiliza. La recepción internacional del psicoanálisis fue avasalladora. Para criticarlo o ensalzarlo, en el campo de la medicina y en todos los terrenos de la cultura, sus términos se incorporaron al lenguaje de las más diversas y, en apariencia, alejadas disciplinas. El saber occidental fue conmovido de raíz y todas las lenguas tuvieron que aceptar nuevas palabras o agregar acepciones a las ya existentes para dar cuenta de la insólita e inesperada novedad que llamaba a sus puertas. El psicoanálisis nació usando palabras desgastadas por el uso (¿de dónde las sacaría, sino de los diccionarios ya existentes?) pero obligó a revolucionar el vestuario de las lenguas que lo recibieron. No hay disciplina que no haya modificado y enriquecido su terminología por la irrupción del saber freudiano.
Había que escuchar a Freud y leerlo con sus propios significantes; esa fue la tarea inicial y esencial de Lacan para su “retorno a Freud”, pues las malas traducciones y la variabilidad de los vocablos hacían del psicoanálisis una ensalada lingüística imposible de transmitir a quienquiera que fuese. Aun hoy en día, los franceses no tienen una versión confiable de la obra del fundador de la disciplina. La lengua española recibió también las enseñanzas vienesas y tuvo en ello mejor, aunque desigual, fortuna.
Por eso, aunque no sea el primero en comenzar la interacción de los sextillizos, el título y el primer artículo de este volumen es Traducir en psicoanálisis. La preposición ”en” es dudosa pues incluye también las preposiciones “a” (al) y “del” psicoanálisis. Eso supone una práctica, una experiencia, un sufrimiento, un goce del traductor que se enfrenta con la misión imposible de verter “de” una lengua fuente (el alemán de Freud, el inglés de Klein y Winnicott, el francés de Lacan), cada uno de ellos hablando y escribiendo en el dialecto del psicoanálisis “a” otra lenguablanco, la lengua del destino al que se apunta, que es, en nuestro caso, el español de Castilla. El psicoanálisis decimos, como el cristianismo, es un producto de “sus” traducciones. En los dos sentidos del genitivo.
El psicoanálisis no hubiera podido trascender (ni mucho menos afrontar la ordalía del fascismo) sin la acción del traductor. En el primer capítulo se abordan el tema general de esa rama del saber literario para la que se inventó el nombre, claro aunque híbrido y malsonante, de “traductología” y las vicisitudes inacabadas e inacabables de la versión del texto freudiano al castellano, superando, también en nuestro caso, la ordalía del fascismo, el español que conocemos como “franquismo” , que hubiera, de buena gana, acabado con nuestra disciplina.
Traducir en psicoanálisis lleva las huellas de largos períodos que hemos dedicado a la tarea de traducir y de revisar las traducciones de nuestros propios escritos. También de escuchar a los autores básicos, los poetas, en sus lenguas originales, en las mejores y peores traducciones, de oír a especialistas entregados a la traducción, de leer a Benjamin, a Ortega, a Steiner, a Berman. Sí; y también de oír a nuestros analizantes, perplejos a la búsqueda del sentido de sus propios sueños, de sus propias palabras, de su propia historia y su propio destino. Y de afinar el oído para escuchar las voces del canto, las cambiantes versiones de un mismo texto (por ejemplo, las incontables misas en latín, un soneto de Shakespeare o un poema de Baudelaire) en manos de diferentes compositores de música. Otro sí digamos, también de escuchar a nuestros lectores, a nuestros alumnos, a nuestros discutidores y objetores, a nuestros colegas en otras ramas del árbol psicoanalítico. Traducir: una vida dedicada a la traducción.
Inacabable, hemos dicho, unendliche. Pues no hay el Sentido, pues los sentidos son siempre parciales y corren detrás de los enunciados sin encontrar otra cosa que su deficiencia. Pues los originales están finiquitados pero sus traducciones son siempre precarias, mezquinas, transitorias. Ese es el tema del segundo capítulo. No hay un Ser supremo que sancione el sentido final de una frase y ni siquiera de una palabra. El Saber puede ser “supuesto” a un sujeto pero él, éste, debe resignarse a vivir en el páramo en que nació, el de la ausencia de una Palabra rectora. Debe aceptar la deriva que, al ser la de los significantes que lo marcan, es la de él mismo. Lo grave no es carecer del Sentido último; lo grave es creer que no se carece de él, creer que se lo ha aprehendido, que la búsqueda ha concluido. (Lo grave no es la castración, lo grave es creer que no se ha pasado por ella).
Eso lleva al tercer capítulo y a la tercera cuestión: “El dios de los psicoanalistas” donde se intenta definir la (a)teología del psicoanálisis. Si el Sentido no existe, entonces los sentidos dados a un enunciado cualquiera son precarias propuestas de interpretación. Responden a la creencia de que lo dicho “posee” un sentido, un cierto sentido que vendrá del otro, del que escucha el enunciado, que sabrá devolverlo como interpretación después de traducirlo a un lenguaje superior, a un metalenguaje (que no existe) acabando con la ambigüedad y la polivalencia de todo enunciado. Para los psicoanalistas, independientemente de su credo personal, Dios no preexiste sino que postexiste como consecuencia de un decir. Dios no es creador sino creado y su requisito es la creencia de que el otro, ese al que se le pide que entienda, comprende lo que uno no sabe de su propio decir. En psicoanálisis esa creencia se llama trans-ferencia, en alemán Über-tragung.Über, como el inglés over, en español: sobre (como en “sobrevivir” o “superyó”) y Tragung que tiene la misma raíz que nuestro traer. Übertragung, traer-sobre, transferir, llevar a una posición superior, colocar en ese lugar al intérprete, al traductor, al psicoanalista. La transferencia es también un efecto, por lo tanto, de la creencia en la traducción “exacta” que daría sentido a “oraciones” incomprensibles como las dichas en una lengua foránea, como los extravagantes recuerdos de lo soñado en la noche anterior.
El cuarto capítulo aborda esta misma cuestión y lo hace a partir de un ejemplo privilegiado: el personaje intermediario entre el Dios del monoteísmo y los hombres, el portador de la Ley, el profeta que la recibe del Uno y la lleva a los otros: Moisés. En ese “gran hombre”, creador de su propio pueblo, se interesaron al mismo tiempo y sin saber uno lo que hacía el otro, dos nuevos profetas: Freud en el psicoanálisis y Schoenberg en la música. Ambos estaban intrigados por un mismo enigma: cómo transmitir la idea sin degradarla por medio de las imágenes y las palabras, cómo alcanzar lo real desprendiéndose de las rémoras de lo imaginario y lo simbólico. En otras palabras cuál es el contenido último de ese mandamiento supremo e irrealizable (“inhumano”, dice Steiner) que prohíbe la representación. Nuevamente: cómo traducir, interpretar, dar sentido, sin degradar ni traicionar a la idea de un goce que está más allá de los sentidos de las frases y de los (¿cinco?) sentidos del cuerpo viviente.
El quinto de estos séxtuples confronta estas limitaciones de lo imaginario y de lo simbólico para integrar lo real de la vida, de la vida del cuerpo habitado por el lenguaje que es el de todos nosotros, a través de un interlocutor inesperado: sir Karl Popper, responsable de la ingeniosa idea de que no hay un mundo sino tres.: el de las cosas, el de las representaciones mentales (subjetivas) de las cosas y el del conocimiento (objetivo) de las leyes que relacionan a las cosas entre sí y son productos de la mente humana. Para Popper, entre las cosas y las leyes hay un mundo intermedio que es el de la “mente” que traduce las sensaciones provenientes del mundo exterior en un saber siempre creciente que se manifiesta en leyes científicas independientes de las creencias de los autores de sus enunciados. A la concepción trinitaria de Popper proponemos oponer la topología lacaniana (“los tres de Lacan”) que articula, no “tres mundos” diferentes sino tresregistros de la experiencia que no se traducen de uno a otro sino que están armados de modo tal que ninguno funciona sin los otros dos: lo imaginario, lo simbólico y lo real unidos de manera inextricable en el ser que habla. ¿Cuál es la consecuencia de esta concepción? Mientras que el planteo popperiano da fundamento a una epistemología (y a una concepción del mundo) positivista que permite pasar de las cosas a las representaciones sensoriales y de éstas a las leyes abstractas, la topología lacaniana niega la separación de esos “mundos” y desbroza el terreno para otra epistemología (y otra concepción del mundo), negativista, fundada no en los datos de los sentidos, sino en la diferencia diacrítica entre los significantes. Las cosas no son en sí ni tienen sentido si no es a través de los signos. Las ciencias del signo, a diferencia de la ciencia natural (¿cómo podría haber una ciencia que sea “natural” y no un producto del lenguaje?), postulan que no hay más que diferencias, negatividades y que lo único que es “positivo” es la ausencia, la diferencia que separa y distingue a un signo de todos los demás. Entre esas ciencias del signo, el psicoanálisis se ocupa del inconsciente “estructurado como un lenguaje”, es decir, como un sistema de diferencias.
Llegamos así a la cuestión y al problema del conflicto de las interpretaciones (o de las traducciones) o de las formas de analizar (de traducir). ¿Qué sucede con los relatos de un análisis? ¿Cómo cambia la historia si esa narración es hecha por el analista o por el analizante? ¿Puede establecerse una analogía entre traducir a diferentes lenguas un mismo texto y analizarse con un analista de distinta orientación un mismo paciente? ¿Cómo relatan los análisis los analistas y cómo los analizantes? Si el texto de lo que se dice en un análisis (por ejemplo, un sueño) es considerado como “fuente”, como “original”: ¿cuál es el efecto que sobre ese discurso produce la manera de escucharlo y la manera de intervenir (de traducir) del psicoanalista? ¿Por qué es que Lacan, con su propuesta de la pase, excluye al analista del juicio sobre lo sucedido y lo alcanzado en un análisis y deja esa función en manos de los no analistas, es decir, del sujeto que da testimonio de su experiencia y de sus “pasadores”? ¿Qué efectos tiene transitar “de un analista a otro”?
Culmina así el recorrido de esta indagación (enquête, recherche) en los meandros del psicoanálisis que se liga íntimamente con la otra, realizada de manera simultánea, que es la investigación de la memoria y que se “tradujo” ya en una trilogía de volúmenes.
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