Nos hace llegar este artículo Silvia Senz de Addenda et Corrigenda, con el siguiente
comentario: "Inédito en Ansón. Debe de haber motivos personales ocultos para esta crítica". ¿Incide esto en la vida de los traductores o es una simple nota de columna cultural? Aliado como está el Cervantes con la RAE, BBVA, Planeta, etc. para sacar provecho económico mediante la industria del panhispanismo, ¿qué revela esta ostentación? También en México estamos viendo derroche institucional y mediático en época de huracanes y desastre nacional: ¿qué revela el hecho de que el dinero se distribuya de un modo determinado? ¿A poco es ajeno esto a la vida de los traductores?
Luis María Ansón, miembro de la RAE
La insultante suntuosidad del Instituto Cervantes
Por Luis María Anson, de la Real Academia Española
LUIS MARÍA ANSON | Publicado el 27/09/2013 |
Dámaso
Alonso se dio cuenta a tiempo de que la fórmula tradicional de la Real
Academia Española -'limpia, fija y da esplendor'- había que completarla
otorgando preferencia a la unidad del idioma. El latín se descompuso en
una serie de lenguas romances -el español, el francés, el rumano, el
portugués, el provenzal, el catalán, el gallego- cuyos hablantes no se
entienden entre ellos. Sobre la unidad del español pesaba una amenaza
semejante. Fernando Lázaro Carreter hizo una labor ingente para impedir
que el idioma de Cervantes se fracturara. La gestión de Víctor García de
la Concha como director de la Real Academia ha sido sobresaliente. Se
ha desvivido en el cargo, ha viajado a las naciones hispanohablantes, ha
demostrado una excelente mano izquierda para la lidia al natural, ha
sumado todas las voluntades y ha impedido que el español se fragilizara.
El riesgo de que nuestra lengua-hablada por 500 millones de personas- se descomponga ha sido superado
y el Diccionario normativo de la RAE está firmado por los académicos de
los 22 países hispanohablantes. Víctor García de la Concha se merecía
el Toisón de Oro -máxima condecoración mundial- que le otorgó Su
Majestad el Rey. No se pueden hacer mejor las cosas al servicio del
idioma de Cervantes y Borges, de Quevedo y García Márquez, de Ortega y
Gasset y Octavio Paz, de Lope de Vega y Miguel Ángel Asturias, de San
Juan de la Cruz y Juan Rulfo, de Miguel Delibes y Mario Vargas Llosa, de
Federico García Lorca y Pablo Neruda.
Al frente del Instituto Cervantes, García de la Concha ha puesto toda su experiencia, su entero conocimiento y su inacabable sabiduría literaria. Está haciendo, en época de especiales dificultades, una tarea extraordinaria con general reconocimiento. Tal vez no haya nadie en España que tenga la capacidad de García de la Concha para pilotar la nave del Cervantes.
Dicho esto, a la parte más seria del mundo de la cultura se le cae la
cara de vergüenza al contemplar la suntuosidad del edificio en que, por
decisión zapatética, se instaló el Instituto Cervantes. Hubiera bastado
un piso de mil metros cuadrados, unas oficinas discretas y funcionales.
En lugar de eso, en plena desmesura despilfarradora, el Cervantes ha
ocupado el palacio del Banco Central. El lujo y la ostentación lo presiden todo.
En mármoles suntuosos y bronces fatigados, en altivas cariátides y
estancias opulentas, en el boato de pomposas salas interminables se
dilapida el dinero público. Por las noches el edificio refulge con una iluminación carísima que insulta al mundo de la cultura, angustiado por las estrecheces y el agresivo 21% del IVA con que se gravan sus principales actividades.
¿Cuánto le cuesta al españolito, sangrado a impuestos de forma
inmisericorde por el Gobierno, preguntaba yo hace unos meses, el
mantenimiento del edifico de Palacios y Otamendi en el que se ha
instalado el Instituto, cuánto la calefacción, el aire acondicionado, la
luz, el teléfono, la limpieza, la seguridad, el ejército de empleados?
¿Qué utilidad tiene, por ejemplo, para el Cervantes la grandiosa caja
fuerte, considerada como una de las más inexpugnables de Europa?
Parecería lógico que ministros de probado equilibrio -García-Margallo y
Wert- tomaran una decisión evitando el insulto que para el mundo de la
cultura supone tanta ostentación, tanto derroche, tanta desmesura,
cuando el teatro, por ejemplo, se arrastra casi en la indigencia y el
cine no encuentra el mínimo soporte económico para desarrollarse.
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