lunes, 30 de septiembre de 2013
domingo, 29 de septiembre de 2013
Interpretar silencios: la extraducción en la Argentina
Para los colegas que estén en Bueno Aires, va esta invitación. Ojalá pronto podamos conocer en México los resultados de esta investigación. Con la liga que viene en el volante pueden acceder a la página de la Fundación TyPA, en la que podrán conocer todo su proyecto de extraducción, que consideran tan importante como la traducción hacia nuestra propia lengua y cultura.
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Crítica al derroche del Instituto Cervantes
Nos hace llegar este artículo Silvia Senz de Addenda et Corrigenda, con el siguiente
comentario: "Inédito en Ansón. Debe de haber motivos personales ocultos para esta crítica". ¿Incide esto en la vida de los traductores o es una simple nota de columna cultural? Aliado como está el Cervantes con la RAE, BBVA, Planeta, etc. para sacar provecho económico mediante la industria del panhispanismo, ¿qué revela esta ostentación? También en México estamos viendo derroche institucional y mediático en época de huracanes y desastre nacional: ¿qué revela el hecho de que el dinero se distribuya de un modo determinado? ¿A poco es ajeno esto a la vida de los traductores?
Luis María Ansón, miembro de la RAE
La insultante suntuosidad del Instituto Cervantes
Por Luis María Anson, de la Real Academia Española
LUIS MARÍA ANSON | Publicado el 27/09/2013 |
Dámaso
Alonso se dio cuenta a tiempo de que la fórmula tradicional de la Real
Academia Española -'limpia, fija y da esplendor'- había que completarla
otorgando preferencia a la unidad del idioma. El latín se descompuso en
una serie de lenguas romances -el español, el francés, el rumano, el
portugués, el provenzal, el catalán, el gallego- cuyos hablantes no se
entienden entre ellos. Sobre la unidad del español pesaba una amenaza
semejante. Fernando Lázaro Carreter hizo una labor ingente para impedir
que el idioma de Cervantes se fracturara. La gestión de Víctor García de
la Concha como director de la Real Academia ha sido sobresaliente. Se
ha desvivido en el cargo, ha viajado a las naciones hispanohablantes, ha
demostrado una excelente mano izquierda para la lidia al natural, ha
sumado todas las voluntades y ha impedido que el español se fragilizara.
El riesgo de que nuestra lengua-hablada por 500 millones de personas- se descomponga ha sido superado
y el Diccionario normativo de la RAE está firmado por los académicos de
los 22 países hispanohablantes. Víctor García de la Concha se merecía
el Toisón de Oro -máxima condecoración mundial- que le otorgó Su
Majestad el Rey. No se pueden hacer mejor las cosas al servicio del
idioma de Cervantes y Borges, de Quevedo y García Márquez, de Ortega y
Gasset y Octavio Paz, de Lope de Vega y Miguel Ángel Asturias, de San
Juan de la Cruz y Juan Rulfo, de Miguel Delibes y Mario Vargas Llosa, de
Federico García Lorca y Pablo Neruda.
Al frente del Instituto Cervantes, García de la Concha ha puesto toda su experiencia, su entero conocimiento y su inacabable sabiduría literaria. Está haciendo, en época de especiales dificultades, una tarea extraordinaria con general reconocimiento. Tal vez no haya nadie en España que tenga la capacidad de García de la Concha para pilotar la nave del Cervantes.
Dicho esto, a la parte más seria del mundo de la cultura se le cae la
cara de vergüenza al contemplar la suntuosidad del edificio en que, por
decisión zapatética, se instaló el Instituto Cervantes. Hubiera bastado
un piso de mil metros cuadrados, unas oficinas discretas y funcionales.
En lugar de eso, en plena desmesura despilfarradora, el Cervantes ha
ocupado el palacio del Banco Central. El lujo y la ostentación lo presiden todo.
En mármoles suntuosos y bronces fatigados, en altivas cariátides y
estancias opulentas, en el boato de pomposas salas interminables se
dilapida el dinero público. Por las noches el edificio refulge con una iluminación carísima que insulta al mundo de la cultura, angustiado por las estrecheces y el agresivo 21% del IVA con que se gravan sus principales actividades.
¿Cuánto le cuesta al españolito, sangrado a impuestos de forma
inmisericorde por el Gobierno, preguntaba yo hace unos meses, el
mantenimiento del edifico de Palacios y Otamendi en el que se ha
instalado el Instituto, cuánto la calefacción, el aire acondicionado, la
luz, el teléfono, la limpieza, la seguridad, el ejército de empleados?
¿Qué utilidad tiene, por ejemplo, para el Cervantes la grandiosa caja
fuerte, considerada como una de las más inexpugnables de Europa?
Parecería lógico que ministros de probado equilibrio -García-Margallo y
Wert- tomaran una decisión evitando el insulto que para el mundo de la
cultura supone tanta ostentación, tanto derroche, tanta desmesura,
cuando el teatro, por ejemplo, se arrastra casi en la indigencia y el
cine no encuentra el mínimo soporte económico para desarrollarse.
sábado, 28 de septiembre de 2013
Los huracanes y los libros
Hola de nuevo colegas.
Antes que nada, espero y se encuentren de lo mejor. Me gustaría reproducir esto, ya que trata el tema actual que se está viviendo en muchos estados de la República. Tengo que aceptar que me atrajo, de inmediato, por la forma en que, Alejandro Zenker, se refiere a los libros; pero sobre todo, por que aborda un tema que, a mi consideración, es prioridad de todos los mexicanos. Es más, un tema que va muchísimo más allá de simples nacionalismos: hermandad como especie. Salgamos ya de este individualismo cancerígeno en que hemos caído, debemos de dejar de lado el típico pensar "es su problema". Lamentablemente, y hay que señalarlo, esta maquina capitalista nos obliga a ver, siempre, por nosotros mismos y, muchas de las veces, de manera inconsciente, inclusive llegamos a abandonar a nuestros congéneres cuando más nos necesitan. Sé que no es, propiamente, un artículo en materia de traducción, no obstante, creo que que viene al caso tomar en consideración lo que plantea aquí el autor. Espero y lo disfruten. (Por cierto, en esta ocasión, en especifico, no reproduciré nada, con respecto al trayecto profesional del autor, dado que ya lo he hecho en una entrada anterior). Dicho esto, no queda más que desear a todos que tengan un buen fin de semana.
Saludos cordiales,
Jorge Pérez Arteaga
Alejandro Zenker
24 de septiembre, del 2013
En medio de la ola destructiva que hemos sufrido en estos días en México, el libro se encuentra entre los damnificados. Y con el libro, los lectores. Más de cuarenta mil escuelas sufrieron daños, muchas de ellas una destrucción total según datos oficiales preliminares. Podemos imaginar que, además de la tragedia inmediata que viven muchos en estos momentos en que cunde el hambre, la sed, y se deteriora la salud, habrá secuelas en muchos otros terrenos, como el educativo y cultural. ¡Cuántas bibliotecas públicas, cuántas bibliotecas escolares, cuántas bibliotecas de aula, cuántas bibliotecas personales no habrán sucumbido ante la lógica inexorable de la humedad! Si en México ya enfrentábamos una gran emergencia educativa desde hace muchos años, hoy ésta se hará más patente. En este momento sin duda lo urgente es dotar a la población de alimentos y medicinas, de atención médica, de techo y cobija. Pero pasada la emergencia, será impostergable trabajar con ahínco, denodadamente, por un cambio cultural y educativo en el país. No es posible que sigamos siendo el México de las mediocridades cuando tenemos tanto potencial. La ignorancia acarrea desgracias. Mucho de lo sucedido podría haberse evitado con ciencia, cultura y educación. Por lo pronto, lo que podemos hacer es organizar un gran movimiento de acopio de libros para volver a dotar de bibliotecas a los habitantes de las regiones afectadas. Porque pasada esta etapa de emergencia en la que el hambre y la sed dictan las prioridades, seguirá una en que el entendimiento buscará respuestas. Y éstas las encontrará quizás en los libros…
Alejandro Zenker
Tomado de: http://alejandrozenker.com/blog/2013/09/24/los-huracanes-y-los-libros/#more-1321
Antes que nada, espero y se encuentren de lo mejor. Me gustaría reproducir esto, ya que trata el tema actual que se está viviendo en muchos estados de la República. Tengo que aceptar que me atrajo, de inmediato, por la forma en que, Alejandro Zenker, se refiere a los libros; pero sobre todo, por que aborda un tema que, a mi consideración, es prioridad de todos los mexicanos. Es más, un tema que va muchísimo más allá de simples nacionalismos: hermandad como especie. Salgamos ya de este individualismo cancerígeno en que hemos caído, debemos de dejar de lado el típico pensar "es su problema". Lamentablemente, y hay que señalarlo, esta maquina capitalista nos obliga a ver, siempre, por nosotros mismos y, muchas de las veces, de manera inconsciente, inclusive llegamos a abandonar a nuestros congéneres cuando más nos necesitan. Sé que no es, propiamente, un artículo en materia de traducción, no obstante, creo que que viene al caso tomar en consideración lo que plantea aquí el autor. Espero y lo disfruten. (Por cierto, en esta ocasión, en especifico, no reproduciré nada, con respecto al trayecto profesional del autor, dado que ya lo he hecho en una entrada anterior). Dicho esto, no queda más que desear a todos que tengan un buen fin de semana.
Saludos cordiales,
Jorge Pérez Arteaga
Los huracanes y los libros
Alejandro Zenker
24 de septiembre, del 2013
En medio de la ola destructiva que hemos sufrido en estos días en México, el libro se encuentra entre los damnificados. Y con el libro, los lectores. Más de cuarenta mil escuelas sufrieron daños, muchas de ellas una destrucción total según datos oficiales preliminares. Podemos imaginar que, además de la tragedia inmediata que viven muchos en estos momentos en que cunde el hambre, la sed, y se deteriora la salud, habrá secuelas en muchos otros terrenos, como el educativo y cultural. ¡Cuántas bibliotecas públicas, cuántas bibliotecas escolares, cuántas bibliotecas de aula, cuántas bibliotecas personales no habrán sucumbido ante la lógica inexorable de la humedad! Si en México ya enfrentábamos una gran emergencia educativa desde hace muchos años, hoy ésta se hará más patente. En este momento sin duda lo urgente es dotar a la población de alimentos y medicinas, de atención médica, de techo y cobija. Pero pasada la emergencia, será impostergable trabajar con ahínco, denodadamente, por un cambio cultural y educativo en el país. No es posible que sigamos siendo el México de las mediocridades cuando tenemos tanto potencial. La ignorancia acarrea desgracias. Mucho de lo sucedido podría haberse evitado con ciencia, cultura y educación. Por lo pronto, lo que podemos hacer es organizar un gran movimiento de acopio de libros para volver a dotar de bibliotecas a los habitantes de las regiones afectadas. Porque pasada esta etapa de emergencia en la que el hambre y la sed dictan las prioridades, seguirá una en que el entendimiento buscará respuestas. Y éstas las encontrará quizás en los libros…
Alejandro Zenker
Tomado de: http://alejandrozenker.com/blog/2013/09/24/los-huracanes-y-los-libros/#more-1321
viernes, 27 de septiembre de 2013
La traducción en la época de la transición digital del libro
Hola colegas, buen día a todos.
Aquí debajo reproduzco un artículo por demás interesante, en lo referente a nuestra labor como traductores y que, considero, deberíamos de tomar muy en consideración, dadas las exigencias de esta época de digitalización. Espero lo disfruten.
Saludos cordiales,
Jorge Pérez Arteaga.
- Reproduzco este extracto sobre Alejandro Zenker, desde http://mx.linkedin.com/pub/alejandro-zenker/10/8a3/a66
Alejandro Zenker. México, D.F. (1955). Editor, traductor y fotógrafo. Director general de Solar, Servicios Editoriales y Ediciones del Ermitaño, y director del Instituto del Libro y la Lectura. Entre muchos otros cargos y actividades fue fundador y presidente de la Asociación de Traductores Profesionales (ATP) y miembro del Consejo de la Federación Internacional de Traductores, en cuyo marco presidió el Comité para los Centros Regionales y fundó el Centro Regional de los Países del Norte de América (México, Estados Unidos y Canadá). Ocupó el cargo de Secretario general de la Sociedad Iberoamericana de Estudios sobre la Traducción (SIET). Fue director general del Instituto Superior de Intérpretes y Traductores, creador de las primeras licenciaturas en traducción e interpretación en México, y miembro de la mesa directiva de la Asociación Mexicana de Lingüística Aplicada (AMLA). Fue miembro fundador y secretario general de la Asociación de Editores Mexicanos Independientes (AEMI). Es director de la colección Minimalia y de la revista Quehacer Editorial. Promotor y director del Pabellón Tecnológico de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara en el 2001, ha sido entusiasta difusor del uso de las nuevas tecnologías en el medio editorial. Estudió pedagogía en Alemania y traducción en El Colegio de México. Fue becario en Alemania del DAAD. Ha publicado gran cantidad de artículos sobre traducción y quehacer editorial e impartido conferencias a nivel nacional e internacional. En el terreno artístico se ha desempeñado como fotógrafo y participado en numerosas exposiciones. Ha retratado a infinidad de escritores y artistas. Sus fotos ilustran ya más de veinte libros en los que alternan con el texto de reconocidos escritores.
Especialidades
Editor, impresor, analista, articulista, asesor, fotógrafo, traductor
La traducción en la época de la transición digital del libro
Alejandro Zenker, El Colegio de México
31 de Agosto del 2013
Permítanme hacer unas breves reflexiones en torno a la traducción en esta época de transición del libro con soporte en papel al electrónico. Imagino que en el ámbito de la traducción se habla con similar intensidad acerca de la irrupción de las tecnologías de la información en nuestros ámbitos de trabajo. Desde hace ya un par de años, al menos el sector editorial se encuentra en una discusión diaria acerca del devenir de nuestro quehacer. Si hasta hace poco algunos todavía se atrevían a dudar de la necesidad de emprender camino con miras a la migración de un soporte al otro, hoy la mayor parte de los editores o se están preparando para hacerle frente a los nuevos paradigmas, o ya están en plena labor de transición. Al soporte en papel le quedan años de vida, pero no tantos como para confiar el cambio a futuras generaciones.
Al pensar qué representa esto para los traductores, recuerdo la otra transición que nos tocó vivir hace menos de 30 años. Menos drástica, pero para algunos sin duda difícil. Me refiero a la necesidad de incorporar el uso de la computadora a nuestro quehacer. Las editoriales y los clientes en general comenzaron a exigir archivos electrónicos y ya no la traducción mecanografiada. Eso dio lugar también a la desaparición del capturista en el ámbito editorial. Algunos traductores no pudieron dar el paso para aprender a usar la computadora. Lo mismo pasó con escritores y académicos. Pero no se trataba sólo del remplazo de la máquina de escribir, sino también de la adquisición paulatina de otras habilidades, como el uso de plantillas y el formateo del texto en función de las necesidades del cliente, del empleo del correo electrónico y de la capacidad cada vez mayor del uso de las herramientas en la red para una mayor productividad. Pero esa transición se dio y hoy no hay quizá ya traductor que no haga uso de esas herramientas. Algo que no se concretó fue la automatización generalizada de la traducción y, por lo tanto, el desplazamiento de los traductores, aunque ha habido avances nada desdeñables que seguirán su rumbo.
La automatización actual responde a la lógica de la necesidad de la inmediatez y de la internacionalización de las vinculaciones. Esa internacionalización es la que, en mi opinión, viene a cambiar hasta cierto punto el panorama del quehacer editorial y de la traducción.
Internet rompió con las fronteras y ha ido acortando o desvaneciendo las distancias. Les daré un ejemplo. Las oficinas y talleres de nuestra editorial, Ediciones del Ermitaño, ocupan poco más de 1200 metros cuadrados de superficie. Mi actual oficina se encuentra a unos 30 metros de mis demás colaboradores. El 90% de la comunicación con ellos se da a través de la red, es decir, correo electrónico, Messenger, intranet, teléfono. Para todos resulta más eficiente buscarme por esos medios que recorrer esos 30 metros. Pero así como me comunico internamente por la red, también lo hago con nuestros proveedores en China, cuyo papel está creciendo en nuestra cadena de producción. La comunicación fluye con China, que está a miles de kilómetros, con igual facilidad que la que sostengo con mis colaboradores que están a sólo 30 metros.
De igual manera pasa con colegas en España. Las distancias se han vuelto cada vez más insignificantes. Por otro lado, al surgir el libro electrónico, y con él el mercado internacional, el interés de todos los países por dar a conocer su producción literaria ha ido en aumento, al igual que sus necesidades de traducción técnica, comercial y legal. Es allí donde veo y vivo la ampliación de oportunidades para los traductores. En 2007 iniciamos una colección de literatura coreana, que ya cuenta con 14 títulos publicados. El proyecto surgió a raíz de una conferencia que di en Corea en el marco de un encuentro internacional con colegas de Rusia, China y Alemania, entre otros. Corea había permanecido enclaustrada desde el punto de vista cultural, pese a su exponencial crecimiento económico. Oprimida en medio de dos grandes potencias culturales, China y Japón, su cultura no había podido darse a conocer fuera de sus fronteras pese a la enorme calidad que le es inherente. Eso mismo que sucedió con Corea ha venido dándose en muchos otros confines. La literatura, la cultura, ya no dependen de costosos medios de transporte para llegar a otros países. Los medios de difusión están en la red. Y es en la red, con sus enormes potenciales, donde radica el futuro promisorio de autores, traductores y editores.
Cuando me dedicaba prioritariamente a la traducción, época en que estudiaba en El Colegio de México y fundamos la Asociación de Traductores Profesionales (ATP), conseguir trabajo digno era un gran problema. Teníamos que tocar de puerta en puerta, o esperar que la recomendación diera frutos y tocaran a la nuestra. Hoy eso ha cambiado. Tocar a otras puertas o dar a conocer las nuestras para que lleguen a ellas depende de nuestras habilidades para navegar en la red. No sólo supone esto el manejo de Facebook y Twitter como herramientas de vinculación profesional, sino también descubrir aquellas otras que están abiertas y a nuestra disposición, como Amazon que, en su página para editores, ofrece los vínculos para encontrar traductores idóneos para los proyectos. Con esa idea, por cierto, impulsé años atrás una red gratuita para la vinculación profesional de traductores. Se trata dewww.traduceme.org, con ya casi 200 integrantes, a las que los invito a incorporarse. Ese tipo de redes pueden marcar una diferencia si uno las sabe usar. Pero para eso hace falta, a veces, capacitación.
No obstante, también hay retos. Así como treinta años antes los traductores tuvieron que aprender a usar una computadora, hoy tendrán que aprender a programar en html, a convertir archivos a ePub para subirlos a Amazon, iBooks, Barnes&Noble, etc., y adquirir otras pericias. Porque entre más amplias sean sus habilidades, mayor será su mercado y sus oportunidades. Cuando estoy frente a mis alumnos en materia de edición electrónica, trato de explicarles cómo, en un futuro muy próximo, ellos mismos podrían impulsar proyectos editoriales sin depender de una empresa propiamente. La autoedición es algo que está avanzando a pasos acelerados. Los editores independientes tendrán cada vez más oportunidades y las grandes editoriales deberán competir con nuevas herramientas en un mercado más amplio y más complejo. Los traductores tienen allí, en mi opinión, una oportunidad de oro. Si adquieren las habilidades necesarias, que no están tan alejadas de su universo de competencias como algunos podrían creer, no dudo de que se desempeñarán en una suerte de dualidad profesional: la del traductor-editor. Modestamente, podría ser ejemplo de esto. Soy egresado de El Colegio de México y mi primera profesión fue la traducción.
Las bases que el traductor adquiere son tan sólidas, en algunos casos, que adquirir conocimientos complementarios que los hagan saltar a otros terrenos no es impensable. El editor buscará cada vez más una solución multidisciplinaria. Los tiempos son cada vez más cortos y recurrir a proveedores diferentes para cada proceso es, en ocasiones, inviable. Traducir obras interactivas requiere la comprensión de los recursos técnicos de la interactividad electrónica. Y poco a poco iremos viendo el aumento de la migración de la edición del texto lineal al interactivo.
Pero hay otros aspectos que impactan ya la labor del traductor en el ámbito editorial. Hasta ahora estábamos acostumbrados a manejar un corpus relativamente reducido y contábamos con obras referenciales, es decir, diccionarios y enciclopedias, que determinaban supuestos usos y significados. Internet cambió por completo ese escenario. Hoy, los diccionarios sólo comprenden una mínima parte del corpus realmente existente, y la comunicación global hace que el uso creativo de la lengua avance como nunca antes. En ese sentido, un traductor hoy en día enfrenta retos inéditos en materia terminológica.
Mientras, la traducción computacional avanza a paso nada desdeñable con enormes ventajas: la incorporación del corpus prácticamente total y en tiempo real de las lenguas vivas. Una interrogante es qué sucederá en los años venideros conforme avance la migración del libro hacia el soporte electrónico y cómo enfrentarán los editores la relativa carencia de traductores frente a la necesidad que tendrán de traducir. En ese sentido, la traducción automática, de ser una opción, se convertirá en una verdadera necesidad. Creo que a este aspecto de la vinculación edición-traducción se le debe dar cada vez mayor importancia. Al traductor podría, de otra manera, acontecerle lo que ya le está sucediendo a muchos editores; es decir, que para cuando acepten la viabilidad de un cambio real de paradigmas para muchos sea relativamente tarde.
En suma: ¡qué época tan maravillosa nos tocó vivir! En tan sólo unas décadas algunos hemos sido testigos de grandes cambios que nos han obligado a reaprender. Y hoy de eso se trata. De revisar una y otra vez nuestros conocimientos. Al egresar de una carrera, como la de traducción, sin lugar a dudas no contamos sino con la barca. Nos falta aprender a remar, a ubicarnos en el cosmos, a encontrar la ruta. En el pasado remamos casi a ciegas. Hoy tenemos un sinfín de herramientas para sobrevivir per saecula saeculorum en esta Torre de Babel
Alejandro Zenker
miércoles, 25 de septiembre de 2013
El traductor
Hola colegas, reproduzco esta nota, que escribió Gabriel Paz en el Informador; tomada de http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.mx/. Éste explica, mediante diversos ejemplos reales, diferentes formas en que es recibido por el autor original, la traducción a una lengua extraña.
Saludos cordiales,
Jorge Pérez Arteaga
Pero yo me pregunto si a todos los lectores les interesara introducirse en los problemas de un pueblo lejano, colombiano, pobre, algo raro en cuyas líneas suele aparecer el nombre de Macondo, famoso en Cien años de soledad. Este deLa Mala Hora ha de ser muy difícil de digerir para un francés.
Pero ahí lo tengo y me río de sus líos y raros personajes y hasta de sus palabras mal sonantes y mal olientes.
En mis primeros días de vivir en México también le di al trabajo de traducir del inglés y del francés, pero, ¡qué mal pagaban!
Ahora tengo una nieta inglesa que en Londres ha estudiado la carrera de traducción, allí esto es muy serio, varios años y uno de práctica en un país de habla española, puesto que ella habla español e inglés perfectamente y, entre sus largas tareas tradujo uno de mis libros mis libros- ¡Que honor! Un amigo portugués me tradujo otro a su idioma. Lo curioso es que cuando abro las páginas de estos libros y me encuentro con mis personajes hablando otra lengua, tardo en reconocerlos. Me parecen otros.
Cuentan que las primeras líneas de El Quijote ("En un lugar dela Mancha.. .) tiene varias traducciones en inglés, con distintas palabras aunque digan lo mismo.
Cuentan también que una obra de Salvador de Madariaga fue traducida al inglés y así llego ala Argentina. Un editor vio el libro en inglés y decidió que lo tradujeran al español.
Tal traducción llegó a manos del autor y trató de leerla y en seguida dijo… “Esto no lo he escrito yo”.
No sé si este libro deLa Mala Hora de García Márquez estará traducido con propiedad, el caso es que me resulta un tanto aburrido.
Ignoro cuanto le habrán pagado al traductor por su trabajo, lo cual es muy importante.
Saludos cordiales,
Jorge Pérez Arteaga
En diciembre de 2010,Gabriel Paz publicó en El Informador, de Guadalajara (Jalisco), la siguiente columna, que se reproduce a continuación.
El traductor
Acaban de regálarme un libro de Gabriel García Márquez, La Mala Hora –traducido al francés–. ¡Qué sorpresa! Es tal la fama de este escritor que le traducirán todos sus libros a todos los idiomas. No cabe duda.
Pero yo me pregunto si a todos los lectores les interesara introducirse en los problemas de un pueblo lejano, colombiano, pobre, algo raro en cuyas líneas suele aparecer el nombre de Macondo, famoso en Cien años de soledad. Este de
Pero ahí lo tengo y me río de sus líos y raros personajes y hasta de sus palabras mal sonantes y mal olientes.
El trabajo de un buen traductor no es fácil, pues tiene que sentir, al hacer su tarea, como sintió el autor al contarnos su historia.
Lo primero que anoto es que al traductor le paguen bien. No sé cómo andará hoy esto de los pagos.
En mis primeros días de vivir en México también le di al trabajo de traducir del inglés y del francés, pero, ¡qué mal pagaban!
Ahora tengo una nieta inglesa que en Londres ha estudiado la carrera de traducción, allí esto es muy serio, varios años y uno de práctica en un país de habla española, puesto que ella habla español e inglés perfectamente y, entre sus largas tareas tradujo uno de mis libros mis libros- ¡Que honor! Un amigo portugués me tradujo otro a su idioma. Lo curioso es que cuando abro las páginas de estos libros y me encuentro con mis personajes hablando otra lengua, tardo en reconocerlos. Me parecen otros.
Cuentan que las primeras líneas de El Quijote ("En un lugar de
Y seguro es que la misma aventura sucede al pasar esta obra maestra a otras lenguas. O sea que el traductor ha de empaparse muy bien de lo que el autor desea decir.
Cuentan también que una obra de Salvador de Madariaga fue traducida al inglés y así llego a
Tal traducción llegó a manos del autor y trató de leerla y en seguida dijo… “Esto no lo he escrito yo”.
No sé si este libro de
Ignoro cuanto le habrán pagado al traductor por su trabajo, lo cual es muy importante.
martes, 24 de septiembre de 2013
Manifiesto por una soberanía idiomática de Argentina y América Latina
Nos llega desde Argentina, vía Silvia Senz Bueno, el siguiente Manifiesto por una soberanía idiomática de Argentina y América Latina, publicado en Página 12, en el que se repasan y explican mecanismos y personajes de la apropiación de nuestra lengua por parte de instancias españolas.
Como hemos visto por muchos artículos, en Argentina hay una actitud militante contra estas posturas colonialistas mediante la lengua. Pueden encontrar muchísimas notas al respecto en el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, a cargo de Jorge Fondebrider (http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.mx/), así como en el de Eduardo Kragelund (http://kragelundonlinerae.blogspot.com.ar/), que tiene una sección llamada "Me tenés podrido, me tenés", dedicada a sacarle los trapitos al sol a la RAE.
¿Qué posturas o actitudes tenemos en México acerca de este asunto?
Por una soberanía idiomática
Tomado de Página 12 en línea, 17 de septiembre de 2013
Escritores, intelectuales y académicos, entre otros,
plantean “la necesidad perentoria de establecer una corriente de acción
latinoamericana que recoja la pregunta por la soberanía lingüística
como pregunta crucial de la época”. Proponen la creación de un Instituto
Borges y la apertura de un foro de debate en el Museo del Libro y de la
Lengua.
I
El lema actual de la Real Academia Española (RAE) es “Unidad en la
diversidad”. Lejos del purista “Limpia, fija y da esplendor”, el de hoy
anuncia la mirada globalizadora sobre el conjunto del área idiomática.
Podría entenderse como enunciado referido al carácter pluricéntrico del
español, pero como al mismo tiempo la RAE define políticas explícitas en
la conformación de diccionarios, gramáticas y ortografías, el matiz de
“diversidad” que propone termina perdiéndose en el marco de decisiones
normativas y reguladoras que responden a su tradicional espíritu
centralista. Las instituciones de la lengua son globalizadoras cuando
piensan el mercado y monárquicas cuando tratan la norma. La noción
pluricéntrica, entendida en sentido estricto (diversos centros no
sometidos a autoridad hegemónica), queda cabalmente desmentida entre
otros ejemplos por el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005), en el
que el 70 por ciento de los “errores” que se sancionan corresponde a
usos americanos. El mito de que el español es una lengua en peligro cuya
unidad debe ser preservada ha venido justificando la ideología
estandarizadora, que supone una única opción legítima entre las que
ofrece el mundo hispanohablante.
En la tradición del pensamiento argentino esto se ha debatido
profusamente. Desde la intervención de Sarmiento sobre la necesaria
reforma ortográfica hasta la afirmación del matiz en Borges, la
condición americana de nuestra lengua no estuvo exenta de querellas.
Para los hombres del siglo XIX, se trataba de sacudir la condición
colonial de esa herencia y por ello emprendieron la búsqueda de formas
atravesadas por otros idiomas. Pero si coquetearon con el francés, se
asustaron con el cocoliche, y aún más con la idea de que la diferencia
provenía de los diversos mestizajes y contactos con el mundo indígena.
Las discusiones sobre la lengua fueron discusiones sobre la nación.
Durante el siglo XX, los debates sobre la lengua también fueron en gran
medida debates sobre las instituciones y sobre el papel del Estado
nacional. La emergencia de voces que propugnaban por una “soberanía
idiomática” tuvo un momento de condensación cuando el gobierno peronista
enunció, en 1952, el objetivo de crear una Academia Nacional de la
Lengua para que produjera instrumentos lingüísticos propios.
Cuestionaba, así, a las academias normativas existentes, en particular a
la Real Academia Española.
Son y no son nuestros debates. En este momento, la crítica a España
no debería abrir posiciones de retorno a esos énfasis nacionales. Que
por un lado creían en las nuevas amalgamas y por otro tendían a borrar
toda diferencia interna, negando, para ser nacionales, la heterogeneidad
étnica y cultural de las poblaciones habitantes del territorio. Nuestra
contemporaneidad, signada por intentos novedosos de integración
sudamericana, en la que por primera vez la región se ha dado
instituciones políticas de articulación (el Mercosur, la Unasur, el
ALBA) abre una perspectiva fundamental: la de considerar la cuestión de
la lengua a nivel regional, como dimensión de esos procesos en los que
frente a la globalización mercantil se forja una alianza entre los
países de la región.
Una región en la que hay dos lenguas mayoritarias, el portugués y el
español, y lenguas indígenas que trascienden las fronteras nacionales,
como el quechua, el mapuche, el guaraní, merece políticas de integración
y comunicación, apostando al bilingüismo y al reconocimiento de lo
plural y cambiante en los idiomas. La lengua es el campo de una
experiencia y la condición para la constitución de sujetos políticos y, a
la vez, una fuerza productiva.
II
Valoración política de la heterogeneidad más que festejo mercantil
de la diversidad. Eso reclamamos. No sólo en lo que hace a territorios
nacionales en los que coexisten lenguas indígenas y lenguas migratorias.
También afirmación de la heterogeneidad en los usos literarios y
expresivos. La idea de un “castellano neutro”, usada en los medios de
comunicación y en algunos tramos de la legislación, termina situando una
variedad –en general la culta de las ciudades– en ese lugar sin
comprender su propia condición relativa y arbitraria. En la oralidad
borra las diferencias regionales y en la escritura funciona como llamado
a un aplanamiento de la capacidad expresiva en nombre de la
comunicación instrumental.
Allí funciona, como es posible ver en las industrias editoriales y
en los medios de comunicación, una estrategia de mercado que no supone
menos homogeneización y supresión de las diferencias que las viejas
instituciones estatales y sus controles disciplinarios. La integración
latinoamericana, como horizonte necesario de las políticas nacionales,
supone una conjunción de esas heterogeneidades y no su olvido en nombre
de una globalización sin asperezas ni rugosidades.
Así como hay discusiones en curso sobre los medios y sobre la
Justicia, creemos necesario constituir un foro sobre las cuestiones que
hacen a las políticas de la lengua. No es necesario abundar sobre esa
dimensión, pero sí enunciar algunos ejemplos: las industrias
audiovisuales no pueden pensarse, tal como se hace visible con la ley
del doblaje, sin decisiones sobre la lengua o sólo con la idea de
trabajo nacional o desarrollo propio; las estrategias educativas
centradas en la distribución de herramientas tecnológicas no pueden
completar su tarea sin la consideración de los contextos lingüísticos de
su aplicación; la literatura no puede desligarse de la consideración
social de la lengua que hablamos y tampoco de la situación del mundo
editorial, ligado de múltiples modos con los mercados internacionales.
Todos estos fenómenos tienen varias dimensiones: la material, económica,
empresarial, laboral y la que hace a la fundación cultural. No pueden
verse como disyuntivas tenaces, a elegir entre cosmopolitismos
entreguistas y defensas soberanistas, sino como la oportunidad única,
para América latina, de recrear sus modos de integrarse y diferenciarse.
III
En marzo de 1991, el gobierno de Felipe González, con explícito
auspicio de la corona española, creó el Instituto Cervantes, situándolo
en principio como dependencia del Ministerio de Asuntos Exteriores. La
fecha y la iniciativa de gobierno no son en nada ajenas al proceso
político de rápida integración europea en el que en ese período, entre
mediados de la década del ’80 y la década del ’90, se encontraba España,
obligada entonces a poner en línea con la Unión no sólo los índices de
regulación fiscal y un conjunto de estrategias económicas para ingresar
plenamente al mercado común europeo, sino también sus políticas de
administración pública, educativas y culturales. Es en el marco general
de esas reformas que el gobierno español asume la determinación de
proyectar institucionalmente la lengua, entendiéndola como bien
estratégico. Se inscribe así en una larga tradición europea que arranca
en Francia en el siglo XIX. La Alliance Française, que según las
mediciones estadísticas de la Unión, se promociona actualmente como la
organización cultural más grande del mundo, fue creada en 1883, por un
comité de notables entre los que se encontraban Louis Pasteur, Ernest
Renan, Jules Verne, el ingeniero Ferdinand Lesseps y el editor Armand
Colin. El propósito de la institución, equivalente del tardío Instituto
Cervantes, fue también el de difundir la lengua y la cultura francesas
en el mundo. Hacia fines del siglo XIX, este objetivo enlaza
evidentemente con las políticas de expansión y reparto de zonas de
influencia de las potencias imperiales europeas. A cuenta del ingeniero
Lesseps no sólo hay que poner esa iniciativa “cultural”, también la
construcción del canal de Panamá y del canal de Suez (el uno
indispensable conexión oceánica para las nuevas configuraciones del
mercado mundial y el otro pieza fundamental de la política imperial
francesa); y de su discípulo Alfred Ebélot, la construcción argentina de
la zanja de Alsina, foso fronterizo con el mundo indio. La Società
Dante Ali-ghieri se funda en 1889, su primera zona fuerte de influencia
se sitúa en el norte de Africa. Y ya en el siglo XX, el British Council y
las asociaciones de cultura inglesa y en la reconstrucción alemana de
posguerra (1951) el Goethe Institut. En los últimos años, en un contexto
bien diferente, se fundaron el Instituto Confucio (China) y el Camoes
(Portugal), al tiempo que Brasil proyecta su Instituto Machado.
Esta brevísima descripción de los organismos europeos creados para
la difusión de sus lenguas centrales, vinculados en general con
perspectivas diplomáticas y de política exterior, apunta a señalar que
fueron inicialmente concebidos como instrumentos de asociación entre el
valor “comunicacional” de la lengua y el sistema de expansión y
aclimatación de la economía mundial en el período. La lengua queda así
principalmente comprometida en su rasgo instrumental, como dispositivo
técnico de penetración económica por una parte, y a la vez como fórmula
de colonización y propagación cultural. No muy distinto es el caso del
Instituto Cervantes. Adaptado a las exigencias de la integración
española a Europa en el auge de la globalización, se propuso sin embargo
y desde el comienzo como apéndice de una articulación mayor y
específica con la vieja institución reguladora de la lengua, la Real
Academia, y sus sedes y correspondientes americanas. El Cervantes se
define así en un doble escenario funcional: instrumento de promoción de
la enseñanza del español y de divulgación cultural en países y regiones
no hispanohablantes, e institución de apoyo a las políticas reguladoras y
normativas de la lengua en países de habla hispana. Esta doble función
la distingue del resto de los organismos europeos equivalentes. La
Academia Francesa o la italiana (Accademia della Crusca) no buscan
imponer significativamente formas normativas a través de la Alliance o
la Dante; y en el contexto anglófono, como se sabe, no hay institución
que rija las mutaciones y variedades de la lengua inglesa. En esos años,
los ’90, el Cervantes se asume como correlato y “avanzada” del intenso
crecimiento de los negocios españoles en Sudamérica (privatización de
las comunicaciones, de la energía y del transporte, fuerte penetración
de la banca, etc.). Por su parte, y ya a partir de la década anterior,
las industrias culturales españolas comienzan a proyectarse como un
campo de profuso rendimiento. La industria editorial, entonces
fuertemente subsidiada por el Estado español, fue esbozándose como cifra
hegemónica en la región idiomática y beneficiaria de los bruscos
procesos de concentración del sector. Desde entonces, el Instituto
Cervantes ha sido y es una pieza decisiva en la construcción de la
“marca” España. La palabra “marca”, con la que el Instituto Cervantes y
sus organismos satélites tienden a identificarse, y referida para
nombrar los desplazamientos de mercado, las astucias y fetichismos de la
publicidad, constituye una huella histórica evidente del papel que
viene asignándose a la lengua.
IV
La lengua no es un negocio, pero a menudo se la trata como tal, y
entre algunas corporaciones españolas, por ejemplo, cunde la metáfora de
compararla con el petróleo. España no tiene crudo, se dice, pero
perforando en sus yacimientos brotó a borbotones el idioma español, que
terminó por arrojar más y mejores réditos. Pero las perforaciones no se
hacían sólo en Madrid, también en Medellín, en Lima, en Santiago, en
Buenos Aires; en materia idiomática, España siempre sintió que se
trataba de “sus” yacimientos, pues no se cansa de decir que se trata de
un “bien común” e “invaluable”, y que por eso es ella la que se encarga
de comercializarlo en el resto del mundo. El patrimonio es compartido,
pero la destilación es extranjera.
Para dimensionar la realidad petrolífera de la lengua citaremos sólo
algunos datos que surgen del Informe 2012 del Instituto Cervantes: más
de 495 millones de personas hablan español. Es la segunda lengua del
mundo por número de hablantes y el segundo idioma de comunicación
internacional. En 2030, el 7,5 por ciento de la población mundial será
hispanohablante (un total de 535 millones de personas). Para entonces,
sólo el chino superará al español como lengua con un mayor número de
hablantes nativos. Dentro de tres o cuatro generaciones, el 10 por
ciento de la población mundial se entenderá en español. En 2050, Estados
Unidos será el primer país hispanohablante del mundo. Unos 18 millones
de alumnos estudian español como lengua extranjera. Las empresas
editoriales españolas tienen 162 filiales en el mundo repartidas en 28
países, más del 80 por ciento en Iberoamérica, lo que demuestra la
importancia de la lengua común a la hora de invertir en terceros países.
Norteamérica (México, Estados Unidos y Canadá) y España suman el 78 por
ciento del poder de compra de los hispanohablantes. El español es la
tercera lengua más utilizada en la red. La penetración de Internet en la
Argentina es la mayor entre los países hispanohablantes y ha superado
por primera vez a la de España. La demanda de documentos en español es
la cuarta en importancia entre las lenguas del mundo.
Otro dato final, que no consta en el Informe: el 90 por ciento del
idioma español se habla en América, pero ese 90 acata, con más o menos
resistencia, las directivas que se articulan en España, donde lo habla
menos del 10 por ciento restante. Estos números bastan para comprender
el interés en discutir los destinos de la lengua: sus usos, su
comercialización, su forma de ser enseñada en el mundo. Si fuera sólo un
asunto económico no tendría relevancia el tema, pero afecta a las
democracias, a la integración regional, a la soberanía cultural de las
naciones.
Pretendemos evidenciar esta realidad, no para crear un frente común
contra España, a la que no consideramos nuestra enemiga. El problema es
el monopolio, la utilización mercantil de la lengua y la consiguiente
amenaza cultural que supone imponer el dominio de una variedad
idiomática. España no es el enemigo, pero no solapamos la necesaria
polémica que debemos establecer con sus órganos de difusión y
comercialización de la lengua. Cuando el rey Juan Carlos le dice al
nuevo director del Instituto Cervantes y ex presidente de la Real
Academia: “¡Ocúpese de América!”, nosotros conocemos bien la naturaleza
profunda de esa ocupación.
España, por lo demás, tiene todo el derecho del mundo a tener una
política de Estado en relación con la lengua; lo insólito es que nuestro
país no la tenga, cediéndole el “derecho a disfrutar bienes ajenos con
la obligación de conservarlos, salvo que la ley autorice otra cosa”,
según define “usufructo” el Diccionario de la RAE, al que le rendimos
este pequeño tributo, apelando a sus propias definiciones.
V
El Cervantes, organismos como Fundéu (Fundación para el Español
Urgente), y las expresiones y acuerdos de colaboración con las Academias
Nacionales de la lengua, suelen indicar explícitamente el patrocinio de
empresas e instituciones que las promueven: Iberia, BBVA, Banco
Santander, Repsol, RTV, Agencia EFE, CNN en español, etc. Los efectos de
esta ofensiva de dominio sobre la lengua son vastísimos y de compleja
delimitación. Nos interesa destacar aquí, preliminarmente, el modo en
que se han ido obstaculizando las vías de comunicación, encuentro e
intercambio latinoamericano. Las corporaciones de medios y los
monopolios editoriales en combinación con las instituciones y organismos
de control de la lengua produjeron un creciente aislamiento cultural
entre nuestros países, sólo revisado en el plano político, social y
económico por los proyectos de integración regional (Unasur, Mercosur,
ALBA), pero no suficientemente interrogado en el plano cultural. Hasta
la década del ’70, en el período inmediatamente anterior a la
generalización de modelos dictatoriales de gobierno en la región, la
literatura latinoamericana produjo, al margen del llamado “boom”,
acontecimientos relevantes de cruce e interrelación. Acontecimientos
cuya medida no atañe meramente a los mecanismos editoriales de
distribución o comercialización del libro, sino al campo de la lengua
misma, a sus procedimientos y construcciones poéticas. Los lectores
argentinos, no requeridos de esa abstracción de mercado que se presenta
bajo la fórmula “español neutro”, incorporaron sin dificultad el
conjunto de variedades de la lengua e inversamente el idioma de los
argentinos fue asimismo recibido y conjugado por lectores mexicanos,
cubanos, peruanos, chilenos o colombianos.
Aunque se trata de una especulación no del todo comprobable, si es
cierto que la neutralidad que ahora persiguen las grandes corporaciones
editoriales reporta mayores ganancias, es a la vez indudable que pone en
funcionamiento un mecanismo de abierto empobrecimiento de la lengua. El
programa de uniformización que está en curso es el correlato
concluyente de la naturaleza general normativa y de las corrientes
totalizadoras de esta etapa del capitalismo. Aun a pesar de sus
pronunciamientos y sermones democratistas, el espíritu neoliberal
procede de una difusa raíz totalitaria. Si conocimos sobradamente la
bestialización económica del programa, sus efectos destructivos de
vaciamiento político institucional y los daños generales causados sobre
el tejido social, no menos preocupante, aunque de verificación más
opaca, resulta el impacto que esa lógica impuso e impone sobre la
lengua. Como en la parábola de la “carta robada”: sus alcances están a
la vista y a la vez ocultos.
Lo que es cierto respecto del control corporativo de los medios de
comunicación lo es también en el campo de la producción cultural, en el
sector editorial, en el audiovisual, en la historia literaria reciente,
en la traducción, en la enseñanza del español como lengua extranjera o
en el amplísimo terreno de la educación pública. Por una parte
enfrentamos la tarea de nombrar los efectos de estas políticas de la
lengua, pero también, y sobre todo en condiciones de amenaza latente de
restauración neoliberal, la necesidad perentoria de establecer una
corriente de acción latinoamericana que recoja la pregunta por la
soberanía lingüística como pregunta crucial de la época.
VI
Es tiempo, creemos, de sostener el camino de una lengua cosmopolita,
a la vez, nacional y regional. Nuestro español, pleno de variedades,
modificado en tierras americanas por el contacto con las lenguas
indígenas, africanas y de las migraciones europeas, nunca fue un
localismo provinciano. Fue lenguaraz y no custodio, es experiencia del
contacto y no afirmación purista. Al menos, el que sostenemos como
propio. En América latina se han macerado grandes escrituras al amparo
de esa búsqueda: desde el ensayismo del peruano José Carlos Mariátegui,
que pensaba que una cultura nacional surgía de la doble apelación al
cosmopolitismo y al indigenismo, hasta la antropología del brasileño
Gilberto Freyre, que vio en el portugués del Brasil una creación de los
esclavos africanos. Pero también desde la lengua mixta y tensa de José
María Arguedas, lengua que problematiza la herencia colonial, o el
barroco americano de Lezama, definido como lengua de contraconquista,
hasta la precisa intervención borgeana. Porque Borges, cuyo peso y
búsquedas en estas discusiones son innegables, fue quien marcó el camino
de una inscripción profundamente argentina de la lengua literaria y a
la vez la desplegó como español universal.
Borges es el Cervantes del siglo XX: ésto es, el renovador mayor de
la lengua, no sólo para su país natal sino para el conjunto de los
hispanohablantes. Si en los años veinte buscó en la sonoridad de la
criolledá la expresión idiomática propia, una década después descubría
que no se trata de color local: que la lengua estaba en un tono, una
respiración, una andadura. Lo hizo de modos polémicos y no poco
cuestionables, como su carácter antiplebeyo y sus derivas conservadoras.
Pero es el momento de recuperar, con su nombre, una apuesta que toma la
suya como inspiración y al mismo tiempo debe modificarla.
Una apuesta, dijimos, a generar un estado de sensibilidad respecto
de la lengua, que no se restrinja a una reflexión académica sino que
enfatice sobre su dimensión política y cultural, y que se proyecte sobre
las grandes batallas contemporáneas alrededor de las hegemonías
comunicacionales y la democratización de la palabra. Una apuesta que por
ahora imaginamos doble: la constitución de un foro de debates en el
Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional y el impulso a
la creación de un Instituto Borges: un ámbito desde el cual producir una
composición latinoamericana de estas cuestiones. Una institución que
lleve este nombre, como episodio argentino de una política encaminada a
la creación de una Asociación Latinoamericana de la lengua, forzosamente
deberá considerar su acto de fundación también como un acontecimiento
de la lengua, portador de su memoria viva, de su pasado escurridizo y de
las adquisiciones que obtiene y puede perder en su camino. Un Instituto
Borges puede ser una institución con sus actos de reunión y
reconocimiento, pero también una inflexión para mantener la vida propia
del horizonte lenguaraz en el que vivimos.
* Irene Agoff / Susana Aguad / Jorge Alemán / Fernando Alfón / Germán
Alvarez / María Teresa Andruetto / Julián Axat / Martín Baigorria /
Cristina Banegas / Silvia Battle / Diana Bellessi / Gabriel Bellomo /
Carlos Bernatek / Emilio Bernini / Esteban Bértola / María del Carmen
Bianchi / Alejandra Birgin / Esteban Bitesnik / Jorge Boccanera / Martín
Bonavetti / Karina Bonifatti / José Luis Brés Palacio / Cecilia
Calandria / Marcelo Campagno / Arturo Carrera / Albertina Carri / José
Castorina / Gisela Catanzaro / Diego Caramés / Carlos Catuogno / Sara
Cohen / Vanina Colagiovanni / Hugo Correa Luna / Américo Cristófalo /
Sergio Chejfec / Gloria Chicote / Luis Chitarroni / Guillermo David /
Oscar del Barco / Silvia Delfino / José del Valle / Marta Dillon / Ariel
Dilon / Gabriel D’Iorio / Angela Di Tullio / Nora Domínguez / Víctor
Ducrot / Juan Bautista Duizeide / María Encabo / Andrés Erenhaus /
Vanina Escales / Ximena Espeche / Liria Evangelista / José Pablo
Feinmann / Javier Fernández Míguez / Alejandro Fernández Moujan /
Christian Ferrer / Gustavo Ferreyra / Ricardo Forster / Daniel
Freidemberg / Silvina Friera / Mariana Gainza / Leila Gándara / Germán
García / Gabriela García Cedro / Marieta Gargatagli / Laura Gavilán /
Juan Gelman / Juan Giani / Horacio González / Mara Glozman / Ezequiel
Grimson / Luis Gusmán / Liliana Heer / Sebastián Hernáiz / Liliana
Herrero / Flora Hillert / Walter Ianelli / Cecilia Incarnato / Pablo
Ingberg / Ezequiel Ipar / María Iribarren / Estela Jajam / Noé Jitrik /
Mario Juliano / Lisandro Kahan / Tamara Kamenszain / Pedro Karczmarcyck /
Mauricio Kartun / Alejandro Kaufman / Guillermo Korn / Laura Kornfeld /
Daniel Krupa / Inés Kuguel / Gabriela Krickeberg / Juan Manuel Lacalle /
Alicia Lamas / Ernesto Lamas / Daniela Lauría / Juan Laxagueborde /
Daniel Link / Miguel Loeb / María Pía López / Javier Lorca / Federico
Lorenz / Silvia Llomovate / Jorge Lovizolo / Silvia Maldonado / Ricardo
Maliandi / Anahí Mallol / Margarita Martínez / Silvio Mattoni / Nora
Maziotti / Ana Mazzoni / Juan Molina y Vedia / Graciela Morgade /
Mariana Moyano / Vicente Muleiro / Daniel Mundo / Carolina Muzi /
Gustavo Nahmías / Viviana Norman / Celia Nusimovich / Dante Palma /
Cecilia Palmeiro / Fernando Peirone / Quique Pesoa / Ricardo Piglia /
Pablo Pineau / Agustín Prestifilippo / Nicolás Prividera / Mercedes
Pujalte / Alejandro Raiter / Carolina Ramallo / Gabriel Reches / Roberto
Retamoso / Eduardo Rinesi / Matías Rodeiro / Martín Rodríguez / Emilio
Rollié / Laura Rosato / Eduardo Rubinschik / Alejandro Rubio / Andrés
Saab / Guillermo Saavedra / Florencia Saintout / Juan Sasturain / Silvia
Scharzböck / Silvia Senz Bueno / Perla Sneh / Ricardo Soca / Isabel
Steimberg / Eduardo Stupía / Daniel Suárez / Ximena Talento / Diego
Tatián / Marcelo Topuzian / Javier Trímboli / Hugo Trinchero /
Washington Uranga / Lía Varela / María Celia Vázquez / Miguel Vedda /
Aníbal Viguera / Miguel Vitagliano / Adriana Yoel / Patricio Zunini.
lunes, 23 de septiembre de 2013
domingo, 22 de septiembre de 2013
Amar en lengua extranjera, por Omar Genovese
Colegas,
desde Buenos Aires nos llega este artículo, en el que Omar Genovese recoge miradas de muchos traductores del otro hemisferio, incluida la experiencia de cómo se formó el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, una importante fuente de inspiración del Círculo de Traductores. Saludos a todos los colegas de aquí y de allá...
Amar en lengua extranjera
Fue George Steiner quien sostuvo que traducir literatura es pagar una deuda afectiva. Por ello, explorar los vericuetos de la traslación del sentido es algo más que una tradición argentina: invitación al encuentro.
Por Omar Genovese | 22/09/2013 | 07:30en Perfil.com / Cultura
http://www.perfil.com/cultura/Amar-en-lengua-extranjera-20130922-0071.html
El fenómeno cultural que significa la llegada de voces
ajenas a nuestra lengua (traducción) es tan relevante como la partida
de voces de nuestra humilde llanura a otras regiones (extraducción): en
el intercambio, que sigue siendo desigual, existe un efecto de
enriquecimiento, de amplitud en la diversidad, tanto para el lector como
para los escritores. Los traductores parecen invisibles, a la sombra de
una obra reconocida o de un movimiento abrumador del mercado editorial,
pero son parte responsable y fundamental: sin ellos el mecanismo
dejaría de funcionar. Esto tampoco es ajeno a la tecnología; se están
desarrollando programas de traducción automática a la par de los de
escritura (Gonzalo León planteó semejante desafío en este suplemento el
17 de abril pasado, en su nota “La revolución de los libros escritos por
computadoras”). Pero hay algo ahí, en la actividad del traductor, que
le es propio, que subraya la imposibilidad de reducir y sistematizar la
percepción humana.
¿Cuáles son las dificultades más recurrentes en la traducción
literaria? Para Mariano Dupont (traduce del francés, inglés e italiano):
“...lograr transponer a la lengua destino lo que el texto original le
hace a la lengua fuente”. En el mismo tono, Gonzalo Aguilar (traductor
del portugués), advierte: “...hay una cercanía entre los idiomas que
puede resultar engañosa. A la vez, la sintaxis es muy diferente y eso
plantea una gran dificultad. Para mí, un buen traductor debe ser, antes
que nada, un buen escritor; si no, por más que sepa de idiomas, nunca
podrá hacer una buena traducción”. Mientras que para Carla Imbrogno,
quien traduce del alemán, “se trata de sentir el pulso del autor,
escucharlo respirar e imaginar lo que él veía mientras escribía el
original en cuestión: leer. Y después, reescribir”. Escritores velados
en el pasaje de las lenguas, una tarea meticulosa que requiere del sutil
manejo de la crítica, del pulso en la lectura de una obra, para superar
la trampa de transferir significados.
Vayamos a lo concreto en este
oficio que enfrenta tantas dificultades: ¿qué escritor o texto resultó
el más complejo al traducir? Para Laura Wittner, que traduce del inglés,
“fue particularmente arduo traducir la novela Hermosos perdedores de
Leonard Cohen, porque es una especie de canción, poema, rezo
intrincadísimo hecho de las más disímiles referencias, donde se funden
citas sin declarar con citas propias pero modificadas, inalcanzables
subjetividades con datos históricos inverosímiles pero documentados,
personajes perfectamente desarrollados con apariciones desconcertantes
aunque siempre pertinentes”. Aguilar agrega su experiencia: “El año
pasado, Damián Tabarovsky me pidió que tradujera A trombeta do anjo
vingador para Mardulce. Aunque no soy un traductor profesional, después
de Guimarães creí que ningún autor en portugués me estaba vedado. Pero
fue un error, porque en Guimarães contaba con una abundante bibliografía
crítica y hasta hay un Léxico de Guimarães hecho por Nilce Sant’Anna
Martins que contiene casi ocho mil palabras. Con Trevisan estaba en el
aire. Su arte de la elipsis es tan sofisticado que a medida que traducía
pensaba: ‘Van a decir que el traductor tiene la culpa de que el texto
sea ilegible’. Ahí estaba una de las peores tentaciones del traductor:
hacer el texto comprensible, explicarlo, glosarlo”.
Para Oliverio
Coelho, que cotraduce del coreano: “Trabajo con algunos traductores
coreanos nativos, a quienes les falta conocer el interior del idioma
hacia el cual traducen. Esto se debe a que son muy pocos los
hispanohablantes que se dedican a traducir. Y mi función, entendiendo un
poco de coreano, es interpretar el castellano de los traductores y
religarlo con el original. Una tarea hermenéutica, se parece también a
la tarea de editor”. Pero eso no lo exime de los problemas, como con El
hombre gris de Choi In-hun. “Llevamos más de dos años y cada capítulo
insume meses de revisiones. Hay que reponer, por intuición, el tono y la
poética del autor, desentumecer el idioma y la gramática, porque la
traducción fue redactada por alguien para quien el español no es su
lengua materna”.
Para Dupont, lo complejo pasó por Céline y su
Conversaciones con el profesor Y: “Plantea este desafío: ¿cómo trasponer
la profundidad y la riqueza estilísticas del original (la música) sin
recurrir a la traducción “de jerga a jerga”? Porque si traducís de jerga
a jerga (algo que hace la mayoría de los traductores), lo que terminás
haciendo es empobrecer, reducir, restringir y acotar la traducción.
Entonces la cosa pasa por abrir el abanico lingüístico, no cerrarlo, y
darle profundidad al texto desde la sintaxis, desde la velocidad... Pero
sin hacer una traducción complaciente, que busca ‘clientela’, como dice
Henri Meschonnic.”
¿Qué libros o autores perdieron su carga estilística y lingüística en
la traducción? Señala Imbrogno: “El alemán ofrece la maravillosa
posibilidad de unir muchas palabras en una sola. Y esta característica
fomenta un vicio del traductor, que es una suerte de pretendida justicia
poética: querer dar cuenta en la traducción de todas las imágenes
contenidas en una sola del original. Pierde de vista el traductor que el
significado de una palabra se modifica inmediatamente por el solo
contacto con las otras (como pasa con las personas). La consecuencia es
que a veces la traducción termina sobrecargada y hay que desentrañar el
sentido de una frase en una jungla de atributos (que en el original sólo
son partes de un nombre). Sin ir más lejos, se pueden encontrar
ejemplos de esto en algunas traducciones de Nietzsche, Freud o Marx.
Pero no digo que sea fácil traducir a estos grandes pensadores”.
Recuerdo un planteamiento del psicoanalista y cineasta Mario Levin,
discípulo de Masotta, que encontraba serias diferencias entre las
traducciones del francés de los textos de Jacques Lacan porque contenían
referencias a la traducción de un Freud que no existía en Buenos Aires,
dando lugar a extraños malentendidos y conclusiones. Lecturas de
lecturas de lecturas, cada una en su entorno musical. Esto remite a una
comparación con las traducciones realizadas en España y a las
diferencias con las realizadas en el resto del habla hispana; por caso,
Wittner sostiene: “No creo que ‘las traducciones que se realizan en
España’ se puedan juzgar en bloque. La dificultad más grande con las
traducciones españolas suele estar en la tendencia a usar españolismos,
que en la mayoría de los casos son evitables y a los lectores
latinoamericanos nos condicionan la percepción del texto. Un ejemplo:
las traductoras del hebreo Raquel García Lozano, Ana María Bejarano y
Sonia de Pedro, que me han hecho tan disfrutable la lectura de Amos Oz,
David Grossman y Abraham Yehoshúa. Bromeo cuando digo que no se les nota
la nacionalidad, pero sí afirmo que son muy respetuosas de todos sus
posibles lectores”. Para Dupont, el problema de Céline es todo un caso
testigo: “En su mayoría, sus traducciones (salvo la de Néstor Sánchez de
Muerte a crédito y alguna otra) no se pueden leer. Justamente por esto
que digo: están traducidos de jerga a jerga. Y generalmente olvidando el
oído”.
Ya es histórica la añoranza por la “época de oro de la traducción
argentina” (¿1945-1975?), y no estamos lejos de un resurgir del
prestigio de la profesión (ver recuadro “Maestros y notables del
oficio”). La crisis en España, la diferencia de tipo de cambio, los
planes de fomento de las traducciones de los cuerpos diplomáticos
(Alemania, Brasil, Francia), parecen inclinar la demanda hacia nuestro
país. Pero no migremos al problema editorial de la elección y la compra
de derechos, salvo aclarar que es una “unidad de negocios” que avanza
entre los grandes sellos editoriales y los agentes literarios,
aumentando el volumen de trabajo pero no mejorando la situación de los
traductores respecto del reconocimiento y los derechos de traducción.
Según Dupont, “es un trabajo que, por lo general, requiere una
especialización enorme, y las tarifas están muy lejos de acercarse a
valores más o menos razonables”. Para Imbrogno, existe una leve mejoría:
“Creo que hace diez años la situación era mucho peor que ahora. En lo
personal advierto interés y reconocimiento crecientes en la tarea de
traducir por parte de los editores argentinos.
Fue a fuerza de machacar: uno que machaca mucho es Jorge Fondebrider
desde el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires” (ver recuadro).
En cambio, Wittner plantea: “Me parece que es valorada por algunos,
aunque a un nivel inadmisiblemente simbólico. Que el traductor no tenga
derechos sobre su traducción es ya una señal bastante ominosa”. Como
corolario está la formación profesional, en palabras de Aguilar: “En la
Argentina hay un descuido muy grande en la formación de traductores
porque el acento se pone en los idiomas, y lo que define a un buen
traductor es que sepa escribir en la lengua de llegada”. Allí es donde
aparecen actividades específicas, como “Traducir la imaginación - 1º
Taller sobre traducción y edición de literatura infantil y juvenil”,
organizado por la Fundación TyPA y la Fundación El Libro, llevado a cabo
durante la última Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires. Y
que contó con el apoyo de la Fundación Avina, el Goethe-Institut, la
Embajada de Francia, el Programa Opción Libros del Gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires y la Casa de Traductores Looren de Suiza.
Es evidente: la profesión sufre los tironeos del mercado y las zonas
grises de la legislación vigente. Los traductores literarios están
precarizados y, tomando distancia, casi como operadores de telemarketing
en otras lenguas, se les valora por la productividad, siendo que su
producido depende de una formación intelectual que incluye lecturas
literarias, teóricas, críticas, biográficas, históricas, lingüísticas y
lexicales, que forman un caudal de conocimientos muy superior al
aprendizaje y la asimilación fonética de un idioma. El presente texto
abre una serie de inquietudes, como que la circulación de las lenguas no
es motivo de xenofobia o nacionalismo pacato (o meramente imbécil);
entonces, ¿por qué doblar los filmes? ¿Acaso el sonido original de un
diálogo recibirá el mismo énfasis y la misma entonación con un locutor
nativo? ¿Reducirán los sueldos de los actores extranjeros porque
perderán el derecho sobre su voz en Argentina? ¿George Clooney hablará
musitando para facilitar la sincronía del doblaje? Esto es síntoma de
cierta decadencia cultural recurrente. Y a pesar de todo, los
traductores traducen, escuchan esas voces que en otras expresiones del
arte nos son vedadas, y se preocupan para que lleguen nítidas. Hay que
preservarlos o agonizamos a oscuras.
RECUADRO
El Club de Traductores Literarios de Buenos Aires
Hace cinco años, Julia Benseñor me pasó el dato de una traducción que ella no podía hacer para una editorial llena de pretensiones. Al cabo de la entrevista, me enteré de la suma miserable que pagaban y de las pésimas condiciones en las que había que realizar el trabajo y volví a Julia. Lleno de indignación le propuse que hiciéramos un Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, como paso previo a algún tipo de asociación que defendiera nuestros intereses. Comenzamos así una serie de reuniones que, con la excusa de discutir problemas de índole técnica, nos permitieran aglutinar a todos aquellos traductores no contenidos ni por el Colegio Público de Traductores ni por la AATI, las dos asociaciones existentes que sólo muy parcialmente tienen que ver con la traducción literaria. Tratándose de una profesión solitaria, lo primero fue descubrir que éramos muchos los mal informados sobre nuestras obligaciones y derechos y que, por puro desamparo, aceptábamos trabajar en los peores términos. Ricardo Ramón nos acogió en el Centro Cultural de España, donde casi desde el inicio nos ofreció la posibilidad de hacer venir traductores de España y de otras partes de Latinoamérica (con quienes ya realizamos tres simposios) y de grabar nuestras reuniones. Eso redundó en la necesidad de un blog diariamente alimentado, donde, además de muchas informaciones y servicios, puede verse cada uno de esos eventos. Por allí pasó todo el mundo: traductores, escritores, científicos, historiadores, críticos, editores y, sobre todo, mucho público joven que hoy sabe cuáles son las tarifas posibles, la necesidad que hay de firmar un contrato que se ajuste a la legislación existente y cómo proceder cuando esas condiciones no se cumplen. A su vez, muchos editores nos consultan sobre contratos y tarifas, lo que ha redundado en mutuo beneficio. Hoy sabemos que nos necesitamos unos a otros. También, quién incumple sus obligaciones y quién estúpidamente no advierte que sin traductores no hay traducciones y, por lo tanto, tampoco libros.
*Jorge Fondebrider, http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com.ar
Maestros y notables del oficio
“Cada libro traducido por Marcelo Cohen es una pieza perfecta. Encuentra el castellano ideal para el lector latinoamericano.” Oliverio Coelho
“De los nuestros actuales, me gusta mucho cómo traduce Mirta Rosenberg. De antes y de ahora, admiro y anhelo la audacia de Alberto Girri y Ezequiel Zaidenwerg. Y supongo que la primera que despertó mi admiración y mi curiosidad por el oficio fue Elizabeth Azcona Cranwell con su traducción de los poemas de Dylan Thomas.” Laura Wittner
“En la Argentina hay muy buenos traductores, pero un ejemplo que siempre me deslumbró fue el de Jaime Rest traduciendo En su tinta, de John Lennon. Un ejemplo de audacia, invención, lectura transgresora y divertimento. No entiendo cómo nadie reeditó esa joyita. Tampoco puedo dejar de mencionar a Marcelo Cohen, no sólo por la cantidad de diferentes idiomas de los que traduce sino porque traduce cosas muy buenas.” Gonzalo Aguilar
“De los clásicos, José Bianco, Aurora Bernárdez, Enrique Pezzoni, Patricio y Estela Canto... Y de los que están traduciendo ahora, Hugo Savino, Marcelo Cohen, Martín Adadía, Carlos Gardini, Laura Wittner, Pablo Gianera, Gabriela Adamo, Silvio Mattoni, las traducciones de Guillermo Piro y Florian Von Hoyer de Arno Schmidt.” Mariano Dupont
“El argentino Pablo Gianera me ha deslumbrado por muchas cosas, entre otras, como traductor.” Carla Imbrogno
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