martes, 21 de enero de 2014

"Lo que esconde un nombre", por Scherezade Surià de En la luna de Babel


Nota tomada del blog En la luna de Babel, a cargo de Scheherezade Surià, que siempre trae entradas completas e interesantes.

Lo que esconde un nombre
Entrada del 14 de enero de 2014
http://enlalunadebabel.com/2014/01/14/lo-que-esconde-un-nombre/

«Tu nombre me sabe a hierba», cantaba Serrat, que conocía el poder evocador que tienen los nombres. Las palabras designan ideas y realidades, pero muchas veces nos olvidamos de la fuerza que puede llegar a tener un nombre determinado.

Y sí, os lo digo por experiencia, como poseedora de un nombre curioso y difícil de escribir, no lo niego. ¿Cuántas veces he tenido que repetir el nombre, deletrearlo y corregirlo a lo largo de estos años? Más de las que puedo contar. Las mismas veces que me han preguntado si soy árabe (vale, tendría un pase ya que Scheherezade es la princesa de los cuentos de Las mil y una noches), alemana (bueno, digamos que les confunde ese «sch» inicial típico de Schwarzenegger, Schwarzkopf o Schlecker) o vasca (esto ya no lo entiendo; imagino que será porque hay muchas consonantes).

Sin embargo, una cosa está clara: la gente tiene mucha inventiva (y mala leche a partes iguales). He perdido la cuenta también de las variaciones que sufre mi nombre: Sere, Shere, Schere («tijeras» en alemán), Cher, Cereales (los niños son muy crueles), Aserejé (sí, por la canción) e incluso Serenade (también por la canción, esta vez de Dover). La cosa es variar.

Hasta Google me vacila.
Hasta Google me vacila.

Por eso hoy quiero hablar de los nombres y su importancia, con lo que repasaremos algunos nombres literarios, los de las operaciones policiales, los de los insectos e incluso de las marcas comerciales.

La importancia de los nombres

Los nombres no solo designan sino que muchas veces también están connotados, de modo que hay que llevar cuidado a la hora de crear una obra o de traducirla, en cuyo caso habría que estudiar si se cambian los nombres para respetar el sentido, por ejemplo.

Un caso claro lo encontramos en la saga Harry Potter. Solo hay que pensar en personajes como Draco Malfoy (“mal foi” significa «mala fe» o «de mala fe» (que no es de fiar, vamos) en francés y su madre, Narcissa, que se llamó así por el mito griego de Narciso, personaje que se enamoraba de sí mismo, y que le va al pelo porque es muy vanidosa. Cómo no, también se ve más o menos claro en Severus Snape, cuyo nombre de pila viene de “severe”, que significa «severo» o «estricto» y en Remus Lupin, donde “lupin” deriva del latín “lupus” que significa «lobo» y el nombre de pila viene de Remo, personaje de la mitología antigua al que amamantó una loba precisamente.

Lo vemos con Albus Dumbledore, “albus” en referencia a la blancura, la pureza y sabiduría, y “dumbledore”, que es una especie de abejorro. Según Rowling, como al personaje le gustaba la música, se lo imaginaba en su despacho tarareando de un lado para otro.

También sucede con los nombres de lugares, como Diagon Alley (juego de palabras con “alley” y su trazado en diagonal) y Knockturn Alley, que en voz alta suena a «nocturnamente» y en un largo etcétera de nombres más que se conservaron tal cual en la traducción. Imagino que trasvasar todas las referencias hubiera sido un esfuerzo tiránico y de reescritura, me atrevería a decir.

Sin embargo, Laura Escorihuela, la traductora al catalán de los primeros cuatro libros, sí cambió algunos nombres para tratar de conservar el sentido o los juegos de palabras. Por ejemplo, algunos personajes secundarios fueron modificados con rimas porque, según ella, causaban más gracia en el lector que las aliteraciones del inglés. Hacerlo con los principales hubiera sido más problemático:
Nícanor Gryffindor (en lugar de Godric)
Sírpentin Slytherin (en lugar de Salazar)
Mari Pau Ravenclaw (en lugar de Rowena)

Los apellidos de los fundadores, que son los nombres de las casas, los dejó igual por su importancia en la historia (y porque al principio no cayó en hacerlo y luego fue demasiado tarde), pero creyó que los nombres tampoco tenían tanta relevancia y decidió cambiarlos para causar más efecto en el lector de la traducción.

¿Qué os parece la solución? ¿Traduciríais los nombres porque al ser literatura infantil/juvenil es mejor facilitar la comprensión y asegurarse de que el joven lector tiene las mismas sensaciones que el inglés? ¿O preferís no tocar nombres propios? Es un buen debate, sin duda.

Por otro lado, también hay que fijarse en la simbología de los nombres. En un artículo del blog Literautas nos explican, por ejemplo, que en la película Lucía y el sexo  existe un simbolismo importante con los elementos de la luz, el sol y la luna: sus personajes principales se llaman Luna, Lucía (luz) y Lorenzo (nombre coloquial para el sol en castellano). Los tres nombres inciden en la idea principal y funcionan como un todo.

Por último, me viene a la cabeza el capítulo de Los Simpson en el que se explica cómo le pusieron el nombre a Bart. Su padre, Homer, se decantaba por Bart porque a todos los demás nombres les encontraba rimas dudosas de las que los niños podrían reírse en el colegio. Lo que no pensó —y de ahí la gracia del fragmento— es que Bart rima con “fart”, «pedo» (además, hay quien dice que también juegan con las letras de “brat”, «mocoso», «malcriado»). En la versión doblada, y si no se tienen conocimientos de inglés, esta gracia pasa totalmente desapercibida. Supongo que es una pérdida inevitable. Un ejemplo más de que los nombres importan y mucho.

Una operación… ingeniosa

Y ya que hablamos de nombres y de humor, hay que abordar los nombres de las operaciones policiales de este país. En España, la Guardia Civil y la Policía ponen nombre a las operaciones desde 1990. Hasta entonces, las actuaciones se bautizaban con el número de diligencia judicial (1233/90, por ejemplo). Ahora son resultado de juegos de palabras, traducciones no tan simples al inglés o al alemán o una combinación de ideas originales.

No estaría de más una investigación.

No estaría de más una investigación.

Se dice que la gran mayoría de las veces se opta por dar nombres dependiendo de la zona geográfica: «Operación Poniente», la trama de corrupción de El Ejido; la «operación Cala», caso Rocío Wanninkof; o la «operación Temple», nombre del hotel de León donde se detuvo a unos narcotraficantes. Y hablando de droga, el mar también suele ser fuente de inspiración en muchas ocasiones, con operaciones como la «boquerón», «pulpo», «delfín», «garfio» o «grumete».

A veces el nombre viene por las aficiones o los apodos de las víctimas o los verdugos, como sucedió con la «operación Mazas» en la que estaba implicado un culturista. También se las nombra por la jerga de dichos detenidos. Incluso, si todo falla, se recurre al santoral. Para los días en los que no hay inspiración, los agentes de delitos telemáticos de la Guardia Civil recurren al santoral católico por orden alfabético.

No obstante, no existe un código estándar para darles nombre a las operaciones y todo depende del investigador de turno, que echa mano de inventiva, se fija en un detalle, un giro o un significado determinado. En algunos casos, incluso, son los jefes de prensa los que dan la idea, para «vender» mejor el tema a los medios de comunicación.

Veamos algunas operaciones y el origen del nombre:
  • Operación Abanico: se detuvo a uno de los miembros del cuarteto de música Locomía, famosos por actuar con unos abanicos enormes.
  • Operación Anca: Al jefe de la banda en cuestión le apodaban «El Rana».
  • Operación Chuleta, en la que cayó una red que se dedicaba a filtrar respuestas de los exámenes de conducir.
  • Operación Galgo, una operación contra el dopaje en el deporte de élite realizada en España. La mayoría de los responsables de la trama eran atletas y ya se sabe que el galgo es el perro que corre más deprisa. ¡Conexión realizada con éxito!
  • Operación Grillo: «Eres más negro que el sobaco de un grillo» es una expresión popular española. Aunque en las operaciones evitan usar nombres que aludan a etnias, sexo o religión, este apunta a la raza negra de uno de los integrantes de la banda.
  • Operación Gürtel. El principal acusado se llama Francisco Correa. Un policía que participó en el caso en los primeros momentos, y que había estado becado en Alemania, relacionó los términos «correa» y «cinturón», y tradujo este último al alemán.
  • Operación Malaya. Aunque alguna tesis apunta a que el nombre se debe a la mezcla de las ciudades de Málaga y Marbella, parece ser que fue bautizada así porque la tortura malaya es aquella a la que se somete a gente que no confiesa ni con agua hirviendo, porque son resistentes como una «roca» (apellido del principal acusado).
  • Operación Pokémon. Los responsables de la operación, y concretamente un miembro de Vigilancia Aduanera, escogieron el nombre por el elevado número de imputados; ¿casi tantos como pokémon hay? Solo el tiempo lo dirá.
  • Operación Sudoku, que terminó con la detención de ciudadanos orientales que pirateaban copias de DVD y falsificaban bolsos. Suponemos que tanto nombre y apellido asiático les sonaba a chino.
Como la inventiva tiene un límite, propongo que a la trama de chinos que venden latas de cerveza en la calle la llamen Operación Mahou Tse Tung. ¿Cuela?

¡Hazte con todos!

¡Hazte con todos!

¿Qué nombre le ponemos a ese bicho?

Los policías no son los únicos que gozan de un buen sentido del humor; los científicos e investigadores también son muy ingeniosos cuando le ponen nombre a las nuevas especies.

A veces, recurren a juegos de palabras en latín o latinizadas, como el palíndromo de un escarabajo de México: Orizabus subaziro. En otras ocasiones pretenden escandalizar, como con la polilla Catocala elocata, cuya segunda parte significa «prostituta». 

No obstante, muchas veces usan nombres de personajes famosos, ya sean reales o de ficción. Fernando Navarro ha escrito varios artículos sobre esto en el blog Laboratorio del Lenguaje que no tienen desperdicio. Por ejemplo, nos cuenta que en 1983, «los entomólogos estadounidenses Arnold Menke y David Vincent decidieron bautizar tres nuevas especies de avispas del género Polemistus con el nombre de sendos personajes de la saga interestelar: P. chewbacca (por el peludo tibocha del planeta Kashyyk, inseparable compañero de Han Solo), P. vaderi (por Darth Vader, figura destacada del Lado Oscuro) y P. yoda (por el más grande maestro Jedi de la historia galáctica)».

El cine y la literatura tienen mucho peso, de ahí que también haya varios géneros de avispas con nombres de resonancias tolkienianas: Balrogia, Beornia, Bofuria, Bomburia, Balinia,Oinia, Gollumiella, Smeagolia, Legolasia y Nazgulia.

Pero la música ofrece también un gran abanico de posibilidades. Bueno, la música y el sexo. Si no, que se lo pregunten a los investigadores del Instituto Roslin de Edimburgo, que decidieron llamar Dolly a la primera oveja clónica obtenida por transferencia nuclear de células somáticas extraídas de las glándulas mamarias de una oveja adulta. ¿Y a qué Dolly se referían? Pues a Dolly Parton, cantante country famosa por sus generosos atributos.

Pero no es un fenómeno aislado ni del pasado. Cristina García-Tornel recoge estos (y muchos otros) en su libro:
  • Gnathia marleyi (parásito marino), en honor a Bob Marley.
  • Mercurana (rana arbórea) por Freddie Mercury.
  • Otocinclus batmani (pez gato) por Batman.
  • Arthurdactylus conandoylensis (pterosaurio brasileño) por Arthur Conan Doyle.
  • Scaptia beyonceae (tábano) por Beyoncé, claro.
  • Aegrotocaellus jaggeri (trilobites) por Mick Jagger ¿y su movimiento sensual?
  • Aptostichus angelinajolieae (araña) por Angelina Jolie. ¿Una indirecta?
  • Agra katewinsletae (escarabajo) por Kate Winslet. No sé si me haría gracia que me pusieran el nombre de un escarabajo (y menos aún si es pelotero).
Ahí donde les vemos, con su bata blanca y sus gafitas, los científicos no son tan serios como quieren que creamos. La taxonomía también puede ser divertida.


¿Sabrá Angelina que le han puesto su nombre a un insecto peludo?

Bic cristal escribe normal…

Los nombres de las cosas también tienen significado en muchas ocasiones, sobre todo cuando se trata de epónimos, como es el caso del bolígrafo. En la península y en algunos países de Latinoamérica se le llama así por «bola» y «grafía», pero en Argentina, Paraguay y Uruguay hablan de «birome», que se acerca más al “biro” inglés. Este nombre hace referencia a su inventor, el húngaro Ladislas Josef Biro.

Pero ya que hablamos del boli, lo gracioso es la procedencia de la marca Bic. Ocho años después de su creación, la patente fue adquirida por el francés Marcel Bich, quien registró el bolígrafo con el nombre de Bic, y no Bich, para evitar que el mundo de habla inglesa lo asociara con la palabra “bitch” («zorra», «puta», «guarra»… Ya me entendéis, vaya).

En definitiva, que no hay que subestimar nunca el «sabor» de un nombre, como bien decía nuestro amigo Serrat al principio del artículo.

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Para saber más:

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