miércoles, 9 de septiembre de 2015

Reflexiones de salud para "gente de escritorio": primera parte

Hola a todos,

Hoy les presentamos la primera parte de este texto sobre la salud en personas que, como los traductores, pasan largas horas sentadas, o mal sentadas, frente a un monitor. Ojalá que les lleve a reflexionar, y por qué no, a realizar pequeños cambios en la rutina diaria para mejorar la calidad de la vida, y por tanto la del trabajo.
La autora, Atenea Acevedo, estará conversando con nosotros en la próxima charla del Círculo de Traductores en el Centro Cultural de España en México, el miércoles 22 de septiembre.
¡No se la pierdan!




 Sedentarismo, autonomía y calidad de vida: 
reflexiones de salud para "gente de escritorio"

 Atenea Acevedo*

 En 2010 empezaron a difundirse los resultados de estudios que correlacionaban la cantidad de horas que una persona pasa sentada al día con la probabilidad de desarrollar una enfermedad crónica.  Las investigaciones han continuado, particularmente en Australia y Estados Unidos, sobre todo para determinar los factores que influyen en el impacto del sedentarismo en la salud y si es posible aminorar sus consecuencias. Hasta ahora se sabe, por ejemplo, que el ser humano promedio está sentado entre 50 y 70% de su tiempo de vigilia, y que pasar más de seis horas diarias en un asiento puede incrementar hasta 40% en mujeres y 20% en hombres la probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares, diabetes, cardiopatías, infartos cerebrales, cáncer de mama y cáncer de colon. Se sabe también que ejercitarse durante sesenta minutos al día no revierte el daño causado por las horas sentados: es indispensable activar el cuerpo a lo largo de la jornada, no solo temprano por la mañana o entrada la noche. En resumen, el sedentarismo «acorta la vida». Las teorías apuntan a que el cerebro interpreta un cuerpo sometido continuamente al reposo postural parcial como una invitación a poner el metabolismo en pausa, es decir, aunque esas horas las dediquemos a leer, ver televisión, escribir o «navegar», las funciones fisiológicas entran en una especie de hibernación hasta que el hambre, la sed, el sueño o la digestión desperezan los tejidos y envían la alerta correspondiente al cerebro.

Me interesé en el tema en cuanto las secciones de salud de diversos medios se hicieron eco de lo que hoy se denomina sedentarismo laboral. Para entonces llevaba un número considerable de años trabajando por mi cuenta como traductora e intérprete, los suficientes para haber padecido síndrome de túnel de carpo, jaquecas constantes, fibrosis muscular en la espalda alta, agudas punzadas en la zona lumbar, estreñimiento ocasional y mala digestión habitual. Por suerte, lejos estaba de las enfermedades crónicas referidas en los estudios científicos, pero con apenas treinta y poco de años ya había desarrollado una relación de dependencia con los analgésicos y antinflamatorios, abusaba de los antiácidos, mezclaba ácido acetilsalicílico con cafeína para anestesiar los dolores de cabeza muchas mañanas y alguna noche a la semana consumía sobredosis de relajantes musculares para conciliar el sueño. Motivada por el dolor y el miedo consulté especialistas en ortopedia, traumatología, quiropráctica, quirofísica, acupuntura, homeopatía, medicina del deporte, masoterapia, gastroenterología y rehabilitación física. Probé infinidad de remedios caseros, pomadas y ungüentos para las contracturas. Tomé clases de pilates, salsa y yoga. Durante un par de meses fui amiga de la caminadora, busqué información en muy diversas fuentes y experimenté con combinaciones de alimentos o actividades. En retrospectiva, sin duda logré rescatar algo funcional de cada experiencia, pero lo más importante es que ese ejercicio de «ensayo y error» dio forma a un rompecabezas que se transformaría en un camino personal de desintoxicación y cambio de hábitos, un sendero que hoy está presente en los aspectos más prácticos de mi cotidianidad.
 
En ningún caso pretendo exponer mis vivencias como una fórmula o receta universal, idónea para quienes buscan bienestar y prosperidad. Sí quisiera compartir algunos elementos que pueden conformar el eje de una estrategia, necesariamente individual, hacia el autocuidado y el equilibrio entre la vida laboral y la vida personal. Si tuviera que resumir la esencia de mi aprendizaje, diría que la intención no se limita a prevenir enfermedades, sino a construir una cotidianidad sana y disfrutable. Esto sólo es posible cuando comprendemos que abrirnos a la modificación de conductas, lejos de ser un sacrificio en aras del futuro, es una tarea individual que mejora nuestro presente.

Tu forma de trabajar forma parte de tu estilo de vida


Las reflexiones anteriores tienen que ver con los riesgos derivados de una vida laboral sedentaria. Sin embargo, en la mayoría de los traductores el sedentarismo se combina con otra circunstancia que debemos tomar en cuenta: el trabajo independiente o por cuenta propia, que nos obliga a hacernos cargo de una serie de circunstancias administrativas, empresariales y organizativas que no viven los empleados asalariados. Hace 15 años que trabajo por mi cuenta o, como suele expresarse en la jerga gremial, frilanceo. Ese hecho permea de manera inevitable estas reflexiones; sin embargo, son igualmente válidas para la «gente de escritorio» que labora en relación de dependencia o checa tarjeta. Por otra parte, la precariedad generalizada del empleo incrementa día a día el número de frilanceros por elección o circunstancia, y estoy convencida de que a nadie le hace daño desarrollar un mínimo sentido de autonomía que, vistos los tiempos que corren, puede constituir una auténtica tabla de salvación.

En todo caso, nuestra manera de trabajar es mucho más que ejercer un oficio: dedicamos tantas horas, ideas, empeño y compromiso al trabajo que bien podemos empezar por asumirlo como parte de un estilo de vida y de la calidad de esa vida. Nuestros horarios, (des)organización, (in)capacidad de negociación, plazos de entrega, (des)protección financiera… todo ello influye en la relación que desarrollamos con nosotros mismos y los vínculos que procuramos o no con el exterior. Aun cuando no podemos determinar muchos de los elementos que conforman ese estilo de vida, hay otros que sí están al alcance de nuestra responsabilidad personal. Abordaremos algunos de ellos en la segunda y última parte de este tema: nuestra alimentación, los vínculos que establecemos con los demás y nuestra actividad física.

Además de esa segunda entrada, te invito a la charla del 23 de septiembre, en la que profundizaremos en los distintos aspectos que forman la salud laboral de los traductores y otros frilanceros, así como la importancia de establecer un plan de trabajo personal, adecuado a la vida particular de cada uno, para mejorar nuestra salud y, en la misma medida, nuestra productividad.


*Atenea Acevedo trabaja frente a un monitor y un teclado desde 1998. Está en el camino del yoga desde 2008, práctica que reafirma su alegría de vivir con ligereza, fuerza y estabilidad, herramientas que invita a descubrir en quienes participan de su enseñanza. En 2012 se certificó como instructora de hatha yoga y constantemente continúa su formación como practicante e instructora mediante talleres y cursos. Es también licenciada en relaciones internacionales por la UDLA, maestra en estudios de Europa del Este por la Escuela Superior de Economía de Praga y especialista en estudios de género por la UNAM. 
atenea.acevedo@gmail.com
www.facebook.com/mujer.a.contracorriente

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