jueves, 23 de julio de 2015

Toni Morrison y el segundo cerebro

Queridos todos,

 Hoy les compartimos este texto que apareció hace algunos días en la revista diaria de traducción, El Trujamán. Se trata de la interesante reflexión que hace Carlos Mayor al traducir al español la última novela de Toni Morrison durante su estancia en Banff. 
Tiene toda la razón: una buena traducción requiere más que puro cerebro. 
¡Que la disfuten!


Toni Morrison y el segundo cerebro
 Carlos Mayor

Hay cosas que pasan porque tienen que pasar. Este año, el azar (ese seudónimo de Dios cuando no le apetece firmar, como dijo un señor francés) me ha traído a la provincia canadiense de Alberta para participar en el Centro Internacional de Traducción Literaria de Banff (CITLB), un programa que reúne a dieciocho traductores literarios del continente americano o que traduzcan a autores del continente americano. Una especie de casa del traductor a todo tren y una oportunidad de aprendizaje descomunal. El proyecto en el que voy a trabajar en Banff durante las próximas semanas es la traducción al castellano de la última obra de Toni Morrison, God Help the Child, un libro áspero y atroz, un libro maravilloso. La versión inglesa apareció en abril y en España lo publicará Penguin Random House a principios del año que viene.

El inicio de la novela es desgarrador. Una bofetada. Pumba. Zasca. Las obras de Toni Morrison no tienen una introducción cómoda, no existe ese «refugio seductor a salvo del peligro» del que ha hablado la propia autora. Hay una excepción, Sula, un libro tremendo y emocionante, y sobre ese caso ella misma ha dicho: «En aquel momento me convencí de que el umbral entre el lector y el texto de temática negra debía ser una antesala abrigada y acogedora», cuando en realidad su preferencia era «la demolición absoluta de esa antesala».

En God Help the Child ese preámbulo no existe. Aquí nos damos de bruces con la negritud ya en las primeras líneas, cuando Sweetness habla del nacimiento de su hija, Bride:

It’s not my fault. So you can’t blame me. I didn’t do it and have no idea how it happened. It didn’t      take more than an hour after they pulled her out from between my legs to realize something was wrong. Really wrong. She was so black she scared me. Midnight black, Sudanese black.

¿No es maravilloso? Pam, pam, pam. Si el estilo de un autor se revela en la frase, si ahí está su esencia, el inicio de una obra es en cierto sentido una concentración aún mayor de esa esencia, el territorio donde se cata la intensidad, donde asoman la fuerza y el color. Con el tiempo, es como si las novelas de Toni Morrison se acortaran para decir más, como si su estilo se condensara, como si quisiera decir mucho con menos, cada vez menos. Esa es su evolución y en esas primeras líneas ya se hace evidente. A partir de ahí se desencadena un festival de sufrimiento, soledad, malos tratos y brutalidad.

En todo eso está el reto para el traductor. Pero ¿qué novedad puede ofrecerle este libro? ¿Qué va a hacerlo especial? ¿Dónde va a estar la ilusión que siempre es necesaria? Se me ocurren dos cosas.

En primer lugar, este proyecto es una excepción porque he tenido bastante tiempo para prepararlo, lo que me ha permitido leer varios libros de Toni Morrison, releer los que ya conocía, consultar ediciones anotadas y traducciones de obras anteriores, así como empaparme de entrevistas con la autora (y, de paso, darme cuenta de lo mucho que me recuerda a mi madre, como tantas señoras juiciosas de cierta edad). Casi nunca tengo la ocasión de documentarme tan bien y lo he agradecido.

El segundo motivo por el que es singular es el tiempo que ha pasado desde que empecé la traducción en el mes de febrero. En aquel momento tuve que mandar unas pocas páginas junto con la solicitud para venir a Banff, pero, debido a lo ajustado del plazo, me vi obligado a leer el libro a toda máquina y traducir ese fragmento con cierta precipitación. «No pasa nada —me dije—. Cuando llegue a Canadá ya lo reescribiré».

Y aquí estoy. Hoy ha sido mi primera jornada de trabajo en God Help the Child desde febrero. Me he sentado en la biblioteca decidido a reconstruir ese principio que había traducido con prisas cuando sabía mucho menos. ¿Y qué ha sucedido? Me he dado cuenta de que quería cambiar varias cosas, sí, pero no tantas como esperaba. Me he dado cuenta de que, para esta novela, para una novela tan intensa, tan feroz y tan perturbadora, una novela que encierra tanto dolor y tanto sufrimiento, no estaría mal ser menos cerebral. Soy una persona demasiado metódica, cauta, calculadora, y hoy las Rocosas y el libro de la señora Morrison me están diciendo que me conviene mostrarme más visceral. Es lo que me pide el texto.

¿Será esa la lección que tenía que aprender en Banff? Mi propósito durante estas semanas es, si no cambian las cosas, traducir más primariamente: con las tripas. ¿No dicen que el intestino es el segundo cerebro?

Tomado de El Trujamán
Imágenes insertadas por el Círculo de Traductores

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