Hola a todos,
Hoy les compartimos este texto de César Ambriz Aguilar, que no sólo nos pareció muy interesante y de gran relevancia para nuestra labor, sino que además se vincula directamente con dos eventos recientes en la ciudad de México: la
VI Feria del Libro Independiente que se realizó hace poco en la librería Rosario Castellanos del FCE y la
Tercera Charla del Círculo de Traductores que será el próximo 17 de junio en el Centro Cultural de España en México, y será justamente una conversación con tres editores independientes mexicanos. ¡No se la pierdan!
El traductor como vector
por César Eduardo Ambriz Aguilar
Quiero a mi editor más de lo que me conviene.
Juan Villoro
De unos años para acá, las editoriales independientes en México han llamado mucho la atención sobre sí mismas. Tanto en la prensa escrita, como en las distintas ferias del libro que se realizan a lo largo del año en todo el país, su presencia es cada vez más notable. Ha sido tal el éxito, que durante un mes entre mayo y junio se realiza en la Ciudad de México la Feria del Libro Independiente con la colaboración del Fondo de Cultura Económica y del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Habría que empezar por definir su posicionamiento y su identidad. Si bien bajo esta etiqueta de “editoriales independientes” se agrupan sellos muy disímiles, todos coinciden en no estar subordinados a un grupo comercial mayor o algún aparato del Estado. Su supervivencia en tanto entidad comercial parece un milagro si recordamos que México es, estadísticamente, reconocido como un país de escasos lectores y, por ende, escasos compradores de libros. Y es que, además de su identidad en términos económicos, estas editoriales se caracterizan por emprender proyectos que las editoriales llamadas “comerciales” o “trasnacionales” jamás se atreverían a llevar a cabo. La labor, por lo tanto, parece doblemente suicida.
Y sin embargo, este año se está celebrando la 6ª edición de la Feria del Libro Independiente. Y asombra aún más que cada año se sumen nuevas editoriales, en lugar de que disminuya el número de participantes. De entre las más de 70 editoriales que podemos ubicar en este grupo, hay un puñado de ellas que ha hecho las cosas de forma tan ejemplar que su situación parece estable. Cualquier persona en contacto con los libros puede ubicar sin problemas a Almadía, Sexto Piso, Trilce, Era y Aldus, por mencionar algunas con más reflectores. Pero, a pesar de las circunstancias tan adversas en las que publican estas editoriales, ¿qué es lo que las sostiene? ¿Qué han hecho bien estos editores, ese gremio al que Villoro llama con cariño “los optimistas ante la catástrofe”? [1] Si bien cada caso merecería una respuesta particular, me aventuro a nombrar un factor en común que no se ha tomado en cuenta todavía: muchas de estas editoriales conocen la importancia de publicar traducciones.
Quizá no sea algo tan evidente, así que profundicemos en ello. Hay un punto en el que el editor y el traductor comparten las mismas pasiones. Ambos realizan su labor a partir del impulso de compartir algo que consideran valioso. Y aunque la vox populi dice que estos sujetos celosos de su labor no se llevan bien, la verdad es que no pueden vivir el uno sin el otro. Los dos, en la misma medida, influyen y hasta determinan lo que se lee. Y el alcance de esto es enorme, pues trazan una historia invisible detrás de la historia de la literatura y de las sociedades. Basta preguntarnos: si nadie hubiera traducido ni publicado a Faulkner, ¿García Márquez hubiera sido? Si Marx se hubiera quedado encerrado en el alemán, ¿el mundo sería el que es hoy? Por lo tanto no resulta ocioso reflexionar sobre el papel de la traducción en el mundo editorial.[2] Tomás Segovia lo ilustra muy bien:
En toda cultura, incluso en las culturas hegemónicas […] más de la mitad de la riqueza cultural se debe a la traducción [...] un país donde no hubiera traducciones rápidamente se volvería un país estrecho. Las traducciones se mezclan con la cultura propia de ese país y la renuevan constantemente. Sin traducción, la cultura no tendría hijitos, es un matrimonio.[3]
Traducir y publicar, sin embargo, no son trabajos aislados. Dependen de un marco comercial en el que se especula con la bolsa de valores literarios. Y al parecer los que dictan las tendencias, los que se comen el mercado, son las editoriales que pertenecen a grupos trasnacionales. Parece imposible competir con esa maquinaria que engulle a cuanta promesa literaria aparece en el panorama de cualquier lengua. Random House, Anagrama, Planeta, Alfaguara y otras más quieren echarse al bolsillo todas las constelaciones literarias. Esto no siempre fue así, pues durante el bloqueo editorial del franquismo en España, eran México y Argentina quienes llevaban el pulso de la publicación de traducciones, especialmente el Fondo de Cultura Económica. Pero ante las circunstancias actuales se vuelve necesario preguntarnos, ¿qué hay detrás de lo que se traduce en México? ¿Se traducen acaso sólo las sobras de lo que se apropian estas editoriales poderosas?
Es evidente que muchos de estos esfuerzos de las editoriales independientes mencionadas antes se ven doblegados por el poderío editorial y comercial de estos grupos dominantes. Pero en esas relaciones de poder, los editores independientes han buscado otras minas. Mencionemos algunos casos: si las editoriales trasnacionales se apoderan de los “autores consagrados” (como Anagrama hizo con Auster y Carver), Sexto Piso hace un movimiento interesante: rastrea los vínculos entre esas constelaciones. Si la obra de Paul Auster está publicada y apalabrada por Anagrama, los editores de Sexto Piso supieron aprovechar eso y publicaron uno de los libros favoritos de Auster. Si Alfaguara tiene la obra de Saramago, la editorial Almadía publicó astutamente a Gonçalo M. Tavares con una ficha azul sobre la portada que llevaba estas palabras del nobel portugués: “dan ganas de darle un puñetazo por escribir tan bien a los treinta y cinco años”. No quiero decir con esto que se cuelguen de la proyección comercial de otros autores, sino que han sabido ubicar muy bien las otras voces en medio de esa gran conversación que es la cultura, como la define Gabriel Zaid.[4]
Y es que creo que el papel del traductor aquí se asemeja al del editor. Como afirma Arturo Vázquez Barrón: “creo que [el traductor] tiene la responsabilidad y la obligación de proponer textos que quiera traducir. La responsabilidad de dar a conocer nuevas literaturas o nuevos autores no sólo recae en los editores. El traductor también es un vector y también tiene esa responsabilidad”.[5] Dadas las circunstancias actuales en las que labora el traductor, no es suficiente con que esté formado y sepa traducir bien, también debe saber generar proyectos atractivos, y mostrarle a los editores un autor, una obra a la que no puedan decir que no por su doble potencial literario y comercial. Parece difícil, pero podemos enumerar algunos ejemplos ilustrativos, tan sólo de la lengua inglesa, de algunas lagunas en el mercado editorial hispánico: John Gardner, John Updike, Lydia Davis, Donald Barthelme, Ray Bradbury, Margaret Atwood, Somerset Maugham y John Cheever por mencionar a algunos.
Para poder delimitar mejor todos estos proyectos potenciales dentro de las editoriales independientes resulta pertinente definir la línea editorial de lo que traducen. Como una muestra para empezar a trazar estos proyectos, analizaré el catálogo de una editorial especializada en traducciones a partir de su catálogo. Esto nos permitirá esbozar la geografía de proyectos con potencial de publicarse.
Para no aventarse de un Sexto Piso
Si hablamos de editar y traducir libros como una actividad suicida, ningún ejemplo más ilustrativo que la editorial Sexto Piso. Sus fundadores refieren que el nombre viene precisamente de ver la labor editorial como aventarse de un sexto piso, porque, supuestamente, si uno se lanza desde esa altura es probable que muera. Sin embargo, parece que editan sus libros en una planta baja, porque su labor ha sido ejemplar en el panorama editorial hispanoamericano. Desde 2002 han sabido llenar ciertos nichos que han los lectores han sabido valorar. Esto ha llevado a que económicamente parezcan muy estables.
Su catálogo está dividido en ensayo, clásicos breves, narrativa e ilustrados (algunos infantiles). Me centraré únicamente en su colección de narrativa como muestra de lo que un traductor podría considerar para proponer proyectos que encajen con una línea editorial determinada. Cuando uno analiza detenidamente el catálogo de Sexto Piso se da cuenta de que posee obras de autores que incluso han sido publicados por sellos con una maquinaria editorial diez veces más grande. Escritores, por ejemplo, como Henry James, John Steinbeck, Rudyard Kipling, George Orwell, Roberto Calasso y Robert Musil. Salvo el caso de Musil (de quien editaron más de la mitad de su obra), las obras que han publicado de estos autores podrían parecer periféricas respecto de su obra principal, pero quizá eso, en lugar de restarles valor, lo incrementa, ya que son títulos que sólo encontrarán en esta editorial. Todas estas obras, además, son traducciones ya sea del inglés, alemán o italiano, a español. Por lo tanto, el traductor puede, en su búsqueda de proyectos viables, seguir esta estrategia de ubicar obras “periféricas” de autores que tienen calidad literaria y potencial comercial comprobados.
Se me ocurren algunos proyectos posibles en esta línea, que, a partir de aquí enumeraré como una serie de ejemplos de proyectos de traducción que estoy llevando a cabo para conformar el catálogo de mi editorial próxima a aparecer en el mercado. Los traductores pueden identificar posibles proyectos similares a partir del análisis de estas lógicas editoriales. Ejemplo de estas obras “periféricas” de autores probados son los ensayos de Ezra Pound y de Raymond Carver que podrían tener un gran atractivo para el lector que compra los libros de Pound en la editorial Hiperión o los libros de Carver en Anagrama.
Un segundo perfil de esta colección es el de autores consagrados en la literatura estadounidense como Kurt Vonnegut, William Gaddis, Donald Barthelme y John Fowles, pero que han entrado de forma muy gradual y discreta al ámbito literario hispánico. Sin embargo, este tipo de autores suelen tener mucho potencial, ya que han existido proyectos similares en la historia de la traducción y la edición en el ámbito hispánico que han determinado incluso movimientos literarios. Por ejemplo, en la década de 1930, Victoria Ocampo y el grupo Sur (entre ellos Borges y su madre) empezaron a traducir un conjunto de obras de autores como Virginia Woolf, D.H. Lawrence, William Faulkner, entre otros, cuya lectura determinó el gusto literario de una generación tan importante como el Boom latinoamericano.[6] En este caso resulta un poco más difícil delinear posibles proyectos, pero hay casos como el de Joseph Heller, cuya novela Catch-22 se vende de forma consistente en Estados Unidos, aunque es muy poco conocido en el ámbito hispánico. Se me ocurre un ejemplo que podría ser paralelo a John Kennedy Toole cuya novela La conjura de los necios fue rescatada por Anagrama: Thornton Wilder, autor poco conocido cuya novela The Bridge of San Luis Rey también ganó el Pulitzer unos años antes que el mismo Kennedy Toole.
Encuentro un mecanismo más en la composición de este catálogo aunque sólo está presente en un libro. Se trata de una antología de cuentos que publicó Sexto Piso, reunidos por Nadine Gordimer (premio Nobel sudafricana) y que incluye autores como Saramago, Rushdie, García Márquez, Atwood, Grass, Updike, Sontag, Woody Allen y otros. En esta línea he traducido por considerarla muy viable una antología de cuentos editada por Raymond Carver titulada American Short Story Masterpieces. La antología resulta atractiva no sólo por el aval de Carver, sino también porque cuenta con relatos de Joyce Carol Oates, E. L. Doctorow, Ursula K. Le Guin, John Updike, John Gardner y otros.
Estas son sólo algunas de las lógicas editoriales que un traductor puede empezar a identificar para proponer proyectos de traducción. Sería interesante revisar también qué criterios editoriales operan en las editoriales especializadas en poesía, o las colecciones de ensayo. Así mismo, resultaría muy productivo revisar desde qué lenguas se traduce más, y, sobre todo, si han empezado a introducir literatura de lenguas que no suelen traducirse tanto a español.
Conclusiones
Esta breve aproximación a la relación latente entre las labores del traductor y el editor pretende mostrar un panorama de esa otra tarea que el traductor literario tiene que asumir. Si bien únicamente me centré como muestra en una editorial y en una lengua de origen, el traductor puede realizar esta misma clase de sondeo según sus gustos y sus proyectos. Reitero que la labor del traductor hoy en día va más allá del conocimiento de su oficio. También tiene que saber tomar el pulso del ámbito literario y editorial y proponer proyectos que latan en esa misma frecuencia. Muchas veces nos pintan el panorama más alarmante de lo que en realidad es. No creo que el traductor deba ver al editor como un agente hostil que sólo se aprovecha de su fuerza de trabajo. Creo, más bien, que debe de saber pensar como un editor. Y no es una actividad imposible, pues el traductor está acostumbrado a desdoblarse en otra conciencia. En gran medida, ese es uno de los vectores de su oficio.
Notas
[1] Si bien le da ese nombre al editor catalán Jorge Herralde, sin duda alguna aplica para cualquiera que ejerza el oficio. Vid. Jorge Herralde, El optimismo de la voluntad, p. 3.
[2] Lejos quedaron ya, espero, esas consideraciones absurdas que veían en el influjo de otras culturas una contaminación. Antonio Alatorre narra un caso muy cómico. Dice que en los ochenta se formó una comisión para la defensa del español mexicano, que buscaba construir y fortalecer una identidad nacional sin influjos extranjeros. Los funcionarios del PRI que conformaban la comisión solicitaron su asesoría y la de Juan Rulfo y pusieron a éste como ejemplo de escribir “a lo mexicano”. Fue grande su sorpresa, sin embargo, cuando Alatorre les dijo que si Rulfo había adquirido tal maestría al escribir había sido por leer a puros escritores gringos. Vid. Antonio Alatorre, Ensayos sobre crítica literaria, pp. 160-180.
[3] Tomás Segovia en
De oficio, traductor, pp. 46-47.
[4] Vid. Gabriel Zaid, Los demasiados libros, pp. 29-40.
[5] Arturo Vázquez Barrón en De oficio, traductor, p. 81.
[6] Hay declaraciones explícitas, por ejemplo de Cortázar y de García Márquez, sobre cómo este proyecto determinó sus lecturas en una época en la que se publicaba a un ritmo más mesurado (y me atrevería a decir, más humano). Dice, por ejemplo, García Márquez: “Gracias a ellos fuimos admiradores precoces de Jorge Luis Borges, de Julio Cortázar, de Felisberto Hernández y de los novelistas ingleses y norteamericanos bien traducidos por la cuadrilla de Victoria Ocampo”. Vid G. García Márquez, Vivir para contarla, p. 137.
Referencias
ALATORRE, Antonio.
Ensayos sobre crítica literaria. México: Conaculta, 2001, 188 p.
GARCÍA Márquez, Gabriel.
Vivir para contarla. México: Planeta, 2002, 579 pp.
HERRALDE, Jorge.
El optimismo de la voluntad: experiencias editoriales en América Latina. México: Fondo de Cultura Económica, 2009, 329 pp.
SANTOVEÑA, Marianela et al.
De oficio traductor. Panorama de la traducción literaria en México. México: Bonilla Artigas Editores, 2007, 308 pp.
ZAID, Gabriel.
Los demasiados libros. México: Random House Mondadori, 2010, 151 pp.
*César Eduardo Ambriz cursó la carrera en Lengua y Literaturas Hispánicas así como el Diplomado en Traducción de Textos Especializados, ambos en la UNAM. Escribe y traduce de forma cotidiana y también está interesado en la comprensión de lectura, la docencia, la edición y el periodismo cultural. Incursionó en el mundo de las librerías al fundar en conjunto el proyecto de la librería Wiser Books & Coffee, especializada en literatura en inglés y editoriales independientes. Actualmente dirige la sección de Literatura de la revista electrónica Síncope y está próximo a lanzar su sello editorial Aldaba.