Hoy reproducimos este artículo que nos comparte César Ambriz y que apareció hace ya algunos meses en el especial de traducción de la Revista Síncope. Ojalá que lo disfruten y que les sirva de pausa y reflexión, especialmente si están ya en la obsesiva fase de revisión de algún texto.
Errar es humano, traducir también
por: Alejandro Merlín
El sentido común dicta que la mala traducción sucede cuando el traductor dice algo que no expresa
el texto original. Ojalá fuera tan fácil. Durante mucho tiempo el mayor
de mis temores fue equivocarme al traducir. Nada menos que el
significado de un texto, escrito por otra persona, es lo que está en
juego. Con el tiempo, -y cuanto más pronto mejor- se aprende que aquello
que puede entenderse como “error” es mucho más ambiguo y amplio de lo
que uno imaginaría. A lo que yo llamaba error era algo muy simple en
realidad: sencillamente decir lo contrario de lo que decía el texto que
traducía. Sin embargo, entre “decir lo contrario” y “decir casi lo
mismo” hay un tramo demasiado extenso. Sobre
todo si tomamos en cuenta la mediación del traductor que desdobla la
actividad de la escritura y establece una distancia, por pequeña que
sea, entre su interpretación del texto, la forma en que lo
expresa y la lectura del último lector, su manera de interpretar, ya no
el texto original, sino la traducción que ejecuta el traductor.
Si queremos usar metáforas para la traducción yo me quedo con dos. Está el reflejo del espejo que a su vez refleja la imagen real, la pintura de la pintura ola
segunda, una imagen más reciente, la fotocopia de la fotocopia de un
libro. Es natural que en este proceso la falta de tinta, la poca
visibilidad o algunas palabras que parecen otras, puedan considerarse
como erratas, como lejanas e ilegibles. A veces la errata de traducción,
para el traductor, puede estar en la comprensión del texto; otras veces, en la expresión que eligió para la comprensión de ese texto; algunas otras,
las más inusitadas quizás, en la dificultad de sospechar la recepción
que tendrá la traducción. De esa índole es una supuesta errata famosa.
Suele señalarse que
un error de traducción de San Jerónimo condenó a Moisés a tener cuernos
en sus representaciones pictóricas durante varios siglos. Cuando escuché
esta sentencia estuve de acuerdo. Claro, San Jeríónimo se equivocó, Moisés tenía cuernos y eso no tiene sentido. Años después, cuando adopté como remedio al insomnio la costumbre de leer la Biblia antes de dormir, llegué a la parte del Éxodo y me encontré con una nota al pie muy singular.1 Esta traducción de la Biblia, la de Jerusalén,
que a mi parecer es una de las obras de traducción más importantes que
se han hecho, dice: “Al bajar [Moisés] no sabía que la piel de su rostro
se había vuelto radiante, por haber hablado con Yahvé.” Ni siquiera hubiera recordado el famoso error de San Jerónimo si no hubiera sido por la nota que dice que el origen de estos versículos es dudoso, y que refieren una tradición del rostro de Moisés, expresada por el verbo qaram, derivado de qeren, “cuerno”, y que por eso la Vulgata de San Jerónimo expresa una traducción literal: Cornuta esset facies sua (“su rostro tenía cuernos”). Entonces, de no haber sido literal, no habría existido ese error. Resulta
importante considerar que San Jerónimo tenía a la mano también los
manuscritos en griego, pues conocía mejor el griego que el hebreo. En
griego qaram dice dodicastai o dedocastai, que significa “glorificar”. Resulta entonces extraño que haya optado por dejar los cuernos.2
San Jerónimo se merece el beneficio de la duda, deberíamos pensar que quiso traducirlo así y no que simplemente se equivocó. Si
eligió decir que Moisés bajó del Monte Sinaí con un rostro “cornado”,
¿qué quería decir? ¿Realmente quería que se pensara que eran cuernos
como los de un carnero? La nota de esa edición agrega: “estos versículos utilizan esta tradición
para describir a Moisés cuando bajó del monte”. A la tradición a la que
se refieren es a una representación específica del hombre que ha sido
inspirado o ungido por un Dios. San Jerónimo optó por lo que llama la
traductología contemporánea una “traducción cultural”. Suponía que los
lectores de su traducción iban a entender que descendió con cuernos en
el sentido de que había sido iluminado, “glorificado” por la palabra de
Yahvé, por eso su rostro “se había vuelto radiante”. Esta
referencia cultural, esa intención, podía perderse y tergiversarse con
el tiempo y entenderse, tarde o temprano, con otro sentido. Esta
sospecha me hizo pensar en las dimensiones de lo que significa
equivocarse al traducir.
La Biblia es un paradigma de la historia de la traducción en nuestra cultura. No sólo implica las lenguas a las que ha sido traducida sino la cantidad y valor histórico de esas traducciones en cada lengua. No he conocido a nadie que ninguneé a otra persona intelectualmente por citar una traducción de la Biblia y no la versión original. Suele decirse: “Usted no puede hablar de Kant porque no sabe alemán”, como si haber estudiado alemán del siglo XXI fuera garantía de leer mejor a Kant. Claro, quien sepa alemán tiene más posibilidades de entenderlo mejor, pero es tanto como decir que sus traducciones en español no ayudan a conocer mejor sus textos. Casi como afirmar que traducir es imposible.
Lutero tradujo el
Nuevo Testamento y, como a San Jerónimo, se le acusó de haber sido más
que impreciso. De eso nos cuenta en su “Misiva sobre el arte de
traducir”.3 Lutero a veces era una persona muy agresiva, quizá demasiado para ser cristiano. Vemos
muchas de nuestras discusiones bizantinas descritas bajo su pluma.
Jerónimo Emser lo cuestionó, entre otras cosas, sobre la traducción de
una palabra del capítulo tercero de los Romanos de Pablo: “sostenemos
que el hombre es justificado sin obras de la ley, sólo por la fe”. Al parecer Lutero agregó ese “sólo”, que en latín dice “sine”, que es restrictivo. Parece un énfasis que quiso hacer el traductor. Se le fueron encima porque estaba siendo interpretativo y porque justificaba ligeramente algunas de sus posturas telógicas. Me
parece no sólo evidente que Lutero haya hecho eso sino hasta
comprensible. Todos los traductores, de alguna manera, somos Lutero. Somos lectores atentos a un texto y asignamos un significado a lo que leemos. Lutero creía en la justificación por la fe porque conocía los textos bíblicos y pensaba
que eso decían. Simplemente lo hizo un poco más explícito. Tampoco me
parece un error de traducción. Lo que me gusta de la postura de Lutero, y
hace que me caiga tan bien, es el gesto de justicia que se da a sí
mismo, a todos los que practicamos este oficio, diciendo: “A nadie le está vedado realizar una traducción
más perfecta.” Luego agrega un proverbio de la época: “el que edifica a
la vera del camino tiene muchos maestros”. Traduces y de pronto todos
saben más griego y latín que tú.
Después de estas dos
memorias de lector de la experiencia ajena, podría exponer algunos de
los errores que he encontrado en distintas traducciones de literatura
francesa que he encontrado en distintos libros, pero no es mi afán
exhibir y con ello morderme la lengua. Hay errores que son ignorancia,
claro que existe eso, pero otros me lo parecen simplemente por mi manera de entenderlos. Por ejemplo, muchas traducciones de Las flores del mal, en ese primer verso de cierto soneto que comienza Tu mettrais l’univers entier dans ta ruelle, traducen ruelle como “callejón” o “calleja”. Según mi lectura del marqués de Sade y de acuerdo al Dictionnaire analogique de la langue française. Le Grand Robert, ruelle,
en este sentido, es el espacio que hay entre la cama y la pared en las
habitaciones aristócratas de hasta el siglo XIX. De hecho, Le Robert consigna
como ejemplo analógico de esta palabra con este significado este mismo
verso de Baudelaire. Se trata de un matiz, pero importante. No es lo
mismo decir que alguien “sería capaz de meter al universo entero a un
callejón” que meterlo a la cama. De cualquier modo, es posible que los
traductores lo supieran y hubieran preferido la otra palabra, la otra
interpretación, el otro significado. O no. Quizás hicieron su traducción antes de que se publicara el diccionario del que hablo, quizá no sospecharon que podría tener otro sentido, quizá lo haya entendido igual Baudelaire.
Como decía al
principio, estas cuestiones sólo terminan por preocuparme y desmedrarme.
Parece que cuanto uno más sabe, más duda al traducir y puede volverse
más posible hacerlo, y a la vez, más imposible. Puede que, luego de
decir esto, alguien se ponga a averiguar en qué me he equivocado. Para
evitarle la fatiga le cuento que suelo confundir el verbo conjugado rêver (que es soñar) con la tercera persona del verbo revêtir (revestir), es decir, revêt,
cuando tiene el sentido de “soñar con alguna idea” y “revestir alguna
idea”. De hecho, sólo una vez me di cuenta de que había cometido ese
error, gracias a mis alumnos. Afortunadamente mi traducción no había
sido publicada y pude corregirlo. Luego creí que todo estaba mal, que
todo lo había hecho mal, y que no tenía sentido seguirme dedicando a
esto pero
al revisar otra vez la traducción, cambié de opinión y simplemente
culpé a mi miopía, no a mis facultades mentales. También, alguna vez
confundí “psíquico” con “físico”. Por esa misma paranoia es que reviso
todas las traducciones que hago. Entonces, quede dicho: el error en
traducción debe angustiarnos lo suficiente como para corregir, pero no
para decidir que no traduciremos nada. Al traducir hay una lucha constante por dar sentido, una lucha contra la resistencia que nos ofrece la lengua por traducir, ese otro código, y una contra la expresión de su sentido en nuestra lengua.
Sólo me queda
agregar, como suelo hacer, algo más personal. Espero no tener que volver
a escribir sobre la traducción, al menos, lo que queda de 2014. Desde
hace más de un año he traducido casi todas los tardes y he tenido al
menos un trabajo de traducción por ya más de cuatro años consecutivos.
Hasta podría culpar a este oficio de una soledad involuntaria. Mi
experiencia me dice que he ganado algo: un cansancio prematuro por
aquellas discusiones sobre traducción que no son discusiones sobre cosas
concretas. Con lo que me ha tocado en suerte traducir, que
relativamente es poco pero es mucho, –que ha sido en general historia de
la literatura– creo que me he curado de orgullo.
1 Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1998, p. 114. Exódo, 34:29-30.
2 María
Barbero, experta en filología alemana, en un artículo que es posible
leer en internet, dedica una exposición erudita al respecto. Me ha
parecido la más razonable, pese a ser un artículo de internet.
3 Lutero, Obras, Salamanca, trad. Téofanes Egido, Ed. Sígueme, 2001, pp. 306-318.Artículo tomado de Revista Síncope
Imagen: "Moisés" de Miguel Ángel, insertada por Blog del Círculo de Traductores
No hay comentarios.:
Publicar un comentario