Vivir y leer en Japón
Entrevista a Aurelio Asiain
[extracto tomado de http://revistareplicante.com/vivir-y-leer-en-japon/]
Aurelio Asiain, poeta, fotógrafo, traductor y ensayista
mexicano, radicado en Japón desde el año 2002, responde en esta
entrevista a preguntas relacionadas con varias de estas facetas, además
de asuntos como la política y las revistas culturales.
Los calcetines son rojos pero él está solo. © Aurelio Asiain.
Actualmente, Asiain es editor de poesía de la revista
Letras Libres,
mantiene una decena de blogs y la cuenta de Twitter @aasiain, que
cuenta con varios miles de seguidores y es el espacio donde se han
gestado ya algunas de sus obras. En su reciente visita a México, en
marzo, presentó tres libros: uno de poesía
(Urdimbre, FCE), otro de poesía y fotografía
(Lo que hay es la luz,
Cooperativa La Joplin), y uno más en el que reúne microficciones en
verso y prosa, aforismos y palíndromos, entre otros textos, escritos
originalmente en Twitter
(La fronda, Posdata Editores).
Traducción
—La traducción ha formado parte importante de tu carrera
literaria, ¿te sientes especialmente atraído por alguna de las teorías o
ideas sobre la traducción?
—Creo, como George Steiner, que una teoría de la traducción es
imposible pues presupone una teoría sistemática y universalmente válida
de la lengua de la que sería deducible, y tal cosa es ilusoria. Cada
traducción particular implica un acercamiento distinto y postula una
idea distinta. No se traducen del mismo modo un manual de instrucciones
que una tesis de economía, una crónica de costumbres o una canción de
cuna. Tampoco se traduce del mismo modo de todos los lenguajes. Dos
traductores competentes y con la misma aspiración de invisibilidad darán
versiones divergentes del mismo original en lenguas cercanas y muy
distintas en lenguas lejanas. Del haiku más famoso de Bashô, que tiene
ocho palabras, hay más de cien versiones.
Cada traducción particular implica un acercamiento distinto y
postula una idea distinta. No se traducen del mismo modo un manual de
instrucciones que una tesis de economía, una crónica de costumbres o una
canción de cuna.
—Sólo has traducido poesía, ¿a qué se debe que no traduzcas narrativa?, ¿es algo que tienes descartado?
—También he traducido narrativa: un par de cuentos de Akutagawa, un relato de Vivant Denon y algunas otras cosas. En
Vuelta
traduje muchos ensayos y artículos, y también más de un relato. Pero me
gusta más traducir poemas. En un poema cuentan cada palabra y cada
coma: los poetas, a diferencia de los narradores, no se diga otros
prosistas, no pueden distraerse. Tampoco sus traductores.
Es oro de verdad, en cierto modo. © Aurelio Asiain.
—Hiciste varias traducciones para la revista Vuelta,
donde
también colaboraba la reconocida traductora Ulalume González de León.
¿Cómo era la relación entre ustedes?, ¿comentaban las traducciones que
se publicaban en la revista?
—Fue una relación cambiante, a veces fluida, a veces ríspida. Pero
eso pertenece a otro terreno. En alguna época nos vimos y hablamos mucho
y sí, comentamos más de una traducción. Eran conversaciones, digamos,
técnicas: por qué esto o aquello estaba bien o mal solucionado. Como
sabrás, no hay traductor que no encuentre defectos en la tarea de otro
—es normal: todos nos distraemos, y cada quien traduce según distintas
ideas, sensibilidades, prejuicios. Es curioso: por error, la traducción
más larga que hice para
Vuelta —un poema narrativo de Jacques Réda que alterna prosa y verso— apareció atribuida a Ulalume.
—Las traducciones al español de obras importantes o con cierta
relevancia de la literatura japonesa son pocas, apenas se traducen unas
cuantas obras de un puñado de autores, y dice mucho el hecho de que 60%
de estas obras sean autoría de sólo dos escritores, Yasunari Kawabata y
Haruki Murakami. ¿A qué atribuyes este desinterés de ayer y hoy de parte
de la industria editorial de habla hispana hacia una tradición
literaria sólida como la japonesa?
—Más que desinterés es ignorancia, e imposibilidad de salvarla. Hasta
hace muy poco se contaban con los dedos los traductores literarios de
japonés, y no todos eran buenos. Menos todavía eran —son, todavía— los
buenos lectores. Hay traductores competentes muy incultos en la lengua
de origen, lo que es perfectamente normal. Un buen lector —enterado, que
conozca la tradición literaria de la lengua y pueda separar el grano en
la paja de las novedades— es una cosa rarísima, mucho más difícil de
encontrar que un buen traductor.
[Pueden leer el resto de esta entrevista, en la que Aurelio Asiain habla de fotografía, de Japón, de literatura y de lectura, en
http://revistareplicante.com/vivir-y-leer-en-japon/]